La peor parte del día para mí, es, sin lugar a
dudas, ese momento donde me paro frente a mi closet lleno y no encuentro que
ponerme. O sea, más o menos a las 7AM, de lunes a viernes. A veces tengo buenos
días, claro está. El miércoles pasado me salió una combinación inesperada y
maravillosa. Pero esto no sucede tan a menudo. Lo que normalmente pasa es que
termino con mi uniforme de pantalón negro y camisa blanca/negra/azul oscura,
etc.
No es que no me gustan los colores. Cualquiera que me
ha visto vestida para trabajar podría pensar que miento, pero lo prometo, no
tengo ningún problema con el naranja, rojo, rosado, etc. Simplemente no tengo
idea de cómo ponérmelos. Es más, ni siquiera los visualizo como parte de mi
vestuario. Así que no los compro.
Tampoco soy muy buena con eso de las combinaciones.
Los vestidos negros están hechos para usarse con zapatos negros. Bueno, quizás
con grises. Y una cartera negra. Bueno, quizás una crema. Pero hasta ahí
llegamos.
Soy un poco más osada con eso de los zapatos. Tengo
algunos de colores. Tacones altísimos. Plataformas. Piel de leopardo. De tigre.
De cebra con tacones rojos. Es que los zapatos son lo mío. Tengo miedo de
contar la cantidad de pares en mi closet, porque si lo hago me daré cuenta de
que ya tengo suficientes y no hay razón para comprar más.
Pero, en el fondo, el miedo al closet permanece. Y,
cada vez más me va entrando este miedo a ser aburrida. Hay algo que sucede
cuando uno trabaja en oficinas conservadoras en una profesión donde todo el
mundo espera que proyectes seriedad. Y es aún peor cuando eres mujer y, para
colmo, aparentas ser más joven de lo que eres. Si no te vistes así, nadie te
respeta. Y, poco a poco, la idea se va a apoderando de ti. Te acostumbras.
Aun así, me gustaría encontrar la manera de, poco a
poco, ir agregando algo de color a mi vida (digo, closet). Quizás intentar
combinaciones más osadas. No he encontrado la respuesta, pero la próxima
vez que vaya de compras prometo mantenerme alejada del negro/beige/blanco/azul.
Al menos, por ahora.
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