Con cada año que pasa el número se va haciendo más y
más grande. Se ha vuelto inescapable. ¡30, 30, 30! Escucho un coro de personas gritándolo
en mi oído. Ahí está, esperándome. Algo así como la meta a la que no quiero
llegar. Pero aun así sigo caminando. ¿Qué más voy a hacer? Pa atrás ni pa coger
impulso, como diría mi abuelo.
Les debo confesar que los 30 nunca me han preocupado
mucho. Probablemente porque los veía muy lejos. Estoy acostumbrada a ser la más
chiquita en todos lados: en la escuela yo era la que no cumplía quince hasta un
año después que todo el mundo, en la universidad la única que entro sin cédula
y tenía que pedir prestada alguna para entrar a las discotecas. En el 2004 tomé
un Diplomado en Creación Literaria en la UTP. Lo recuerdo con mucho cariño. Era
la más pequeña del grupo, por bastante.
Siempre ha sido así entre mis amigos (todos mis
grupos de amigos). Ahora, sumergida en el mundo literario, escucho frases como,
“Si, una de las escritoras jóvenes…” o “La
nueva generación….” Es más, ya lo tengo asumido. Todo el mundo me tratará como
a la bebe. Soy la bebe.
Excepto que quizás ya no. Que miedo, ¿no?
Y ahora, ¿qué se supone que hace uno? Esto de ser
adulto y responsable o lo que sea es muy, pero muy confuso. Cada vez extraño más
la universidad. O, quizás, extraño la escuela. Allá, esos tiempos cuando
pensaba que mis decisiones tenían consecuencias (pero en verdad no las tenían),
que acostarme a la medianoche era trasnocharme (ahora sé que esa frase solo aplica
cuando no duermes nadita de nada en toda la noche), que mis notas eran lo más
importante del mundo (en verdad no lo eran), que mi ropa estaba al último grito
de la moda (ahora me da ganas de esconder todas las fotos) y que tenía todo el
futuro por delante.
Quizás en la última no me equivoqué, pero, me estoy comenzando
a dar cuenta que ya estoy viviendo en ese futuro. La pregunta es, ¿y ahora qué?
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