Seguro que ya ni se acuerdan, pero había un momento
donde no todo el mundo tenía celulares. Donde, cuando querías encontrarte con
tu novio, tenías que ponerte de acuerdo en una hora y en un lugar. Done salías
de la casa y nadie podía llamarte para ver que estabas haciendo. Donde la
frase: Déjame una llamada perdida y
salgo, no existían.
Es más, había un momento, un poco antes del que
recién mencionamos, donde NADIE tenía celulares. Donde la gente tenía radios o
beepers, o, aun antes…absolutamente nada.
Sí, yo sé. Yo tampoco lo recuerdo muy bien. Pero pasó. Y no hace tanto tiempo. No es
cuestión de libros de historia. Pasó hace poco. Lo curioso es que los niños que
están naciendo ahora nunca conocieron este momento. Cuando digamos, en el
futuro, que nosotros lo recordamos, nos dirán viejos. Y lo estaremos.
En estos tiempos eso es imposible. Todo el mundo
sabe dónde estás y hasta que haces. Te pueden localizar en un momento, a través
de tu celular. O un mensaje en whatsapp. O quizás actualizaste tu status en
Facebook, o te pareció divertido algo e hiciste un comentario en Twitter. Es
casi imposible esconderse.
Hoy en la mañana, sin embargo, tuve uno de esos
momentos como sacado de otra época. Mi celular no sonó. Ninguna llamada o
mensaje. Cero notificaciones. Nada. Solo yo y mi computadora. Les debo confesar que no lo extrañe. Fue más
fácil concentrarme. Eso sí, a la hora de salir a almorzar me di cuenta que algo
raro estaba pasando. (Por alguna razón
inexplicable, no tenía señal. Apenas apagué el celular y lo volví a prender me
entraron todos los mensajes que me había pedido)
Y, aunque realmente disfruté la mañana en silencio, les
voy a admitir que me puse muy, pero muy feliz de estar, nuevamente, comunicada
con el mundo.
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