viernes, 1 de junio de 2012

Mini-cuento: El Observador

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Caminaba despacio, sigilosamente, tratando de minimizar el ruido sordo de los zapatos contra el gastado piso de madera. No podía darse el lujo de que lo oyeran. Era de noche, y su chaqueta negra, en vano intento de camuflaje, contrastaba con el emancipado edificio. 

El chirrido de los escalones parecía gritar, ‘Aquí estoy’, pero aun así, nunca había sido descubierto. Le agregaba cierto atractivo al asunto, la posibilidad de ser atrapado. Quizás por eso no se quitaba los zapatos y se asomaba periódicamente por una de las numerosas rendijas en la madera para observar cómo la brillante luz de luna bañaba el parque (donde las palomas transitaban libremente por la calle desierta, en perfecto orden y sin necesidad de semáforo). 

Con cada paso, sus manos se aferraban al pequeño objeto negro en su bolsillo derecho, sólo para soltarlo de nuevo, acción repetitiva que se antojaba calmante. Ya pronto llegaría a su lugar. Desde aquí no podía observar nada con claridad. 

Dios quiera que este edificio no vaya a caerse conmigo adentro uno de estos días, pensó mientras miraba por una abertura, esta vez lo suficientemente grande como para asomarse entero. La luna se reflejaba completa sobre el edificio contiguo, dejando entrever dos figuras conocidas que se unían formando líneas borrosas, y luego se separaban, sólo para unirse de nuevo en geometría infinita que empañaba las ventanas, y se repetía una y otra vez. 

Una mueca le deformó la cara, dando paso a una sonrisa. Sus pies se detuvieron, estiró la mano para acercar la silla que tenía muchos meses de ocultarse en el mismo rincón, rebuscó en su bolsillo, sacó unos pequeños binoculares, y se dedicó una vez más a su pasatiempo favorito: observarlos.

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