No es fácil ser el malo de la película.
Es más, yo diría que el papel de malo es el más complicado. De ser. De
escribir. Es fácil ser buenecito.
Virtuoso. Honorable. Leal. Las virtudes son fáciles de escribir. Pero
ser el malo…y serlo convincentemente, eso es infinitamente más difícil. E
interesante.
Acarrea muchos problemas.
Especialmente cuando hablamos de malos de verdad, no esas caricaturas de malos
de los cuentos de hadas que leíamos cuando niños. No, los malos de ahora no son
los malos de Disney, donde la bruja era mala porque si, y los ogros comían niños.
Ahora Shrek ni come niños ni es muy
malo que digamos, y si le creemos a Once
Upon a Time, hasta la bruja de Blancanieves
tiene una razón para su odio. No una justificación, quizás, pero si una razón.
Y eso es lo mejor que le puede pasar a un malo.
Porque, después de todo, ¿Dónde
estaríamos sin los villanos? ¿Qué sería de Sherlock Holmes sin Moriarty? ¿Habría aventuras en Nunca Jamás sin el Capitán Garfio? ¿Habría
siquiera Niños Perdidos?
La respuesta es probablemente no. Todavía habría elfos,
hobbits y anillos de poder en el mundo del Señor de los Anillos, pero sin Sauron
¿realmente nos interesaría conocerlos?
Si nadie estuviera persiguiendo a Jean Valjean en Les
Miserables,
pues no habría libro. No hay Peter Pan sin Garfio, ni Harry sin Voldemort.
Aunque parezca absurdo, el villano es la parte más importante del cuento. Es el
que hace que las cosas sucedan. El que hace a nuestro héroe descubrir sus
cualidades.
Pero no es cualquier villano, no. Hay villanos, y luego esta Hannibal
Lecter.
Hay que saber hacerlo. Nadie piensa que es un villano. Todo el mundo piensa que
tiene una razón, una buena razón. Y, si uno es capaz de crear ese villano, ese
con sentimientos, ese con historia, con razones. Ese que por momentos te hace
dudar…pues, la parte más dura ya está hecha. El héroe es ya solo cuestión de carpintería.
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