A mí me gusta el fútbol. Me ha gustado siempre. He
sido fanática desde que me acuerdo. El mundial del 90. Goycochea parando penales.
Maradona con el Napoli. El mismo Maradona y la historia con el doping en el 94.
La final Brasil vs. Italia en penales. Batistuta y la Fiorentina. Redondo que
no se quería cortar el cabello. Francia ganándole a Brasil. Riquelme en el Sub
20. Saviola en el Sub 20. Messi en el Sub 20. Alemania ganándole a Argentina. Y otra vez. Messi
en el Barcelona.
Son muchos los recuerdos. Cuando era más pequeña mi
papá compraba, fielmente, El Grafico,
y ya a mis diez años me sentía en la capacidad de discutir de fútbol con el que
se me pusiera enfrente. Memoricé (y todavía retengo la mayor parte de este
conocimiento) los ganadores de todos los Mundiales, así como los goleadores.
Estas anécdotas tienen una razón de ser. Ayer, al
mirar la final de la Eurocopa, estaba pensando en las diferentes razones por
las que uno va a un equipo. Yo, que crecí viendo a Argentina, y leyendo sobre
la selección, siempre he sido fiel. Mi tiempo en Barcelona me convirtió en una fanática
del Barça. Pero, todo el mundo tiene
sus razones para escoger un equipo u otro. Algunas nos parecerán más válidas
que otras.
La mía, ayer, entre dos equipos que no me disgustan (hay equipos, como
Alemania, a los que nunca nunca nunca podría ir), fue puramente
visual. Bueno, quizás no del todo. Italia siempre ha sido mi equipo favorito de
los europeos, quizás porque he visto mucha liga italiana. Tal vez porque recorrí
Italia y me enamoré de ella. O, quizás, porque…seamos serios, los italianos están…pues,
están como para seguir viéndolos.
Díganme superficial si quieren, pero entre ver a Busquets y a Pedrito y
ver a Balzaretti y Abate, pues no dudo. Y sí, el fútbol es importante. Todavía
hay que jugar bien. Meter goles. Controlar el balón. Todo eso. Pero, de vez en
cuando, no hace daño deleitarse la vista. Vamos, que no me van a decir ahora
que los hombres compran la Sports Illustrated Swimsuit
Edition
para ver los vestidos de baño, ¿no?
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