Ayer, mientras escuchaba a Ricardo Arjona y trataba
de ver por encima de la idiota que estaba sentada frente a mí (Querida idiota,
es de mala educación estar de pie cuando TODO el mundo está sentado. Hace que
uno tenga ganas como de estrangularte. Ah, y tú ropa se veía fatal), me sorprendí
a mí misma dándole vueltas a aquella canción que le dedica a su mamá.
Mi mamá estaba al lado mío, pero no era en ella en
quien pensaba. Habíamos pasado a visitar a mis abuelos antes del concierto, y fue
curioso darme cuenta que, aunque escribo de mi abuelo muy a menudo, casi nunca
lo hago de mi abuela.
Creo que nos pasa a todos. Mi abuelo es el de los
cuentos fantásticos. El de los consejos. El de las frases graciosas. El de los
regaños, el de las naranjas, el de los mangos. Es básicamente un personaje de
novela, pero en la vida real. Después de una tarde con él, simplemente da ganas
de repetir sus cuentos.
No siempre es así con mi abuela. Ella solo está ahí,
con una sonrisa. Siempre pendiente. Sin muchos ruidos. Sin aspavientos. Solo ahí.
Siempre. Y, con cada estrofa de la canción, ayer me di cuenta que sí…ya se me está
poniendo vieja. Y pues, sí…le está costando un poco caminar.
Sigue sonriendo, a pesar de eso, y cuando sonríe,
todo está bien. Cuando vas a visitarla, aunque no hayas ido en mucho, mucho
tiempo, y ella te abre la puerta de la casa con esa expresión que dice: Me hacías
falta, el día mejora un poco. Y cuando sientes que, pase lo que pase, su día también
ha mejorado porque tu estas ahí…pues, ese es el momento donde te das cuenta que
aunque ella no sea la de los mangos, ni la de los cuentos, tu vida no sería
igual sin ella.
Es en ese momento cuando hay que cerrar los ojos. Contar
hasta diez. Apreciarlo. Respirar profundo. Dejar que te llene.
Y es que, la vida es muy corta. La gente que te
quiere, especialmente esa que, como mi abuela, te quiere igual si quedas de último
que de primero, no son fáciles de encontrar. Tal vez yo nunca llegue a albergar
tanto amor como ella parece derrochar cada día, pero cuando sea grande, grande,
y tenga hijos y quizás nietos…me gustaría que pensaran en mi como yo pienso en
mi abuela.
Pero que no me digan Mamaíta. Para mí, Mamaíta hay una
sola. La mía.
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