A veces veo uno de los libros de esta serie (si, si,
les juro. Es una serie. No, que la autora no escribió solo un libro. Vayan a
Google si no me creen, que es su amigo. Son ocho. Lo juro) en mi mesita de
noche (el cuarto, o el ultimo, mis favoritos), y me detengo a pensar en esos
libros que leía uno cuando era niño. Los recuerdos que traen. Las cosas que
significan. Cuando yo leí Anne of Green Gables por primera vez, era una niña. La
última vez que lo leí, completo, fue hace un par de años. Hoy, de repente, me
han dado ganas de leerlo de nuevo. Es curioso como eso pasa con ciertos libros.
Nunca se te quitan las ganas.
Cuando conocí a Anne primera vez yo también tenía
once años. Ella tenía el cabello rojo, yo soñaba con tenerlo. Ella amaba leer,
hablaba hasta por los codos y tenía muchas, pero muchas ideas. Teníamos la
misma edad, pero ya desde ese momento, yo quería ser como ella.
Es curioso, pero ahora que lo pienso, Lucy Maud
Montgomery, hace ya más de un siglo, logró en Anne, una verdadera heroína feminista.
Por allá por 1908, cuando el libro apareció, una mujer no pensaba, como Anne después
pensaría, en ir a la universidad. En hacerse maestra. No, una mujer solo
pensaba en tener hijos. Pero Anne nunca fue como las otras niñas.
No, a ella le gustaba la escuela. No tenía interés en
ser popular, ni importante. Solo necesitaba una amiga, Diana. Claro, eso, y del
cariño de Mathew y Marilla. Lo demás, pues, lo demás era secundario.
Se aprende mucho leyendo un libro como este. Puede
ser que no todas las lecciones se queden con uno, pero algunas permanecen. Anne
me enseñó, por ejemplo, que las niñas pueden ser las más inteligentes de la
clase. Que no hay que conformarse. Además me enseñó que la imaginación es una
cosa poderosa y que hay que seguir cultivándola. También me enseñó que el orgullo
es el peor de los pecados, que perdonar es algo bueno y que un amigo de verdad
es algo que todos necesitamos.
Por encima de todas esas cosas, Anne me enseñó que,
a veces, nos concentramos tanto en mirar lo que viene que no nos damos cuenta
de lo que tenemos.
Y pensar que todas estas lecciones las recibí a los
once años.
Hoy, en honor a Anne, a Gilbert, a Diana, a Marilla,
a Mathew y a todos aquellos personajes que, una vez, cuando estaba chica, me
enseñaron tantas cosas, voy a ir a desempolvar mis libros. Siempre vale la pena
volver a leer un libro que le trajo a uno tantas cosas buenas.
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