Todo el mundo se equivoca. Y cuando digo todo el
mundo, me refiero a absolutamente todo
el mundo. Metemos la pata. Así estamos hechos. Escogemos mal, tomamos malas
decisiones y, para colmo, la mayor parte del tiempo, no sabemos qué hacer para
corregir nuestras metidas de pata épicas.
No somos personajes. Nuestra vida no es parte de un
gran plan diseñado con antelación. Y, aunque a veces (bastante a menudo, para
ser sincera) me encantaría serlo, hay días donde el poder de tomar decisiones
parece ser la cosa más importante del mundo.
Aunque sean malas.
O es que nunca han visto Fashion Police y se han reído del hecho de que una de sus artistas
favoritas haya pensado que ese vestido, justo ESE vestido, era el indicado para
los Oscars? (Y ni hablemos del cabello, ni los accesorios, ni el acompañante).
Nunca han mirado una película histórica, de esas de las marchas por los
derechos civiles en los Estados Unidos y han pensado, ufff, hay metidas de pata
y hay METIDAS DE PATA.
El punto es que, queramos o no, nos pasa a todos. Hablamos
de más. (Twitter, te estoy mirando a ti). Compartimos de más. Nos ponemos
zapatos de tacones inhumanos con los que no podemos caminar justo el día que
nos toca caminar, pues, porque se ven bien, y antes muerta que sencilla, ¿no?
Decimos cosas que no pensamos en un ataque de rabia, le hacemos daño a gente
que queremos, mentimos para salirnos del problema, creando un problema aún más
grande. Escribimos la escena final de la novela solo para darnos cuenta meses después
de que todo es una mierda y hay que volver a escribir todas y cada una de las
palabras. Así es la vida. Complicada.
Maravillosa. Espectacular. Libre. Difícil.
Habrá días malos. Días buenos. Días donde todo sale
tan, pero tan bien que pensaremos que sí, todo es parte de un plan más grande. Días
donde nada tiene sentido. La cuestión es saber seguir adelante. Hoy quizás lo
hicimos mal. Mañana nos equivocaremos de nuevo. Solo hay que aprender.
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