miércoles, 15 de abril de 2015

Galeano y yo

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No fue amor a primera vista, lo mío con Galeano. Ni a segunda, ni a tercera. Fue un amor de esos difíciles,  que se fue labrando poco a poco, que requirió convencimiento, fe, ganas.

Lo leí por primera vez a los quince años. (Cada vez que comienzo un cuento así, con x o y libro que leí en la escuela, la cosa termina mal). Galeano es muchas cosas, pero no es lectura ideal para jóvenes de quince años. Mucho menos cuando el libro escogido fue Las Venas Abiertas de América Latina. Como toda persona sensata, lo odié a muerte. Me enemisté con Galeano. Es más, casi que me enemisté con los latinoamericanos en general, por culpa de ese libro.

Pero la vida da muchas vueltas. Las lecturas regresan. Los libro se te pegan como una lapa y por más que quieres no te puedes deshacer de ellos.  (Te esperan. Siempre te esperan). Años después Dios me mandaría una amiga con un gran amor por Galeano. Ella no me comentaría de este amor hasta mucho después, hasta cuando yo ya confiaba en sus gustos, en sus recomendaciones. No vuelvas a leer ese libro, me dijo. Léete Días y Noches de Amor y de Guerra, y luego hablamos.  

Tuvimos mucho de qué hablar.

(Tanto. Tanto). Pedí perdón luego, claro está. A Galeano, al universo, a los latinoamericanos en general. Leí Espejos y descubrí el mundo. Me enamoré del Libro de los Abrazos.  Entendí mi parte política, me sentí latina, americana, parte de este continente maravilloso que tanto ha sufrido y tanto ha ganado (por primera vez en la vida). Galeano, para mí, fue un maestro. Fue palabras bonitas sobre cosas serias. Fue fondo más que forma. O quizás fue fondo con forma.  

Hoy, que Galeano no está ya con nosotros, solo me arrepiento de una cosa. El amor me pego demasiado fuerte. Leí demasiado. Me queda poco de él que descubrir. Poco camino por recorrer. (Teóricamente, al menos)

Termino con una frase, no de Galeano, irónicamente, pero ya que él la usó primero, no creo que me lo hubiera reprochado: "La utopía está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se desplaza diez pasos más allá. Por mucho que camine, nunca la alcanzaré. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso: sirve para caminar."

Gracias por el camino, maestro. Y sobre todo, gracias por las ganas de seguir. 

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