Las abogadas siempre deben usar zapatos cerrados.
Los escritores siempre deben estar despeinados y tener una pluma detrás de la
oreja. (Prefiero los lápices, para ser sincera. Las plumas traen un sentido de
irrevocabilidad que me causa comezón). Las perlas son el colmo de la elegancia.
Todo escritor debe cargar siempre encima dos o tres libros.
Seas lo que seas, de seguro el mundo espera que lo
seas de una manera.
Comienza de pequeños, el condicionamiento. En kínder
nos ponían a recortar fotos de profesiones, de las revistas. Una mujer con el
cabello recogido y una regla en la mano, maestra, obvio. Un tipo con un casco y
una escuadra, arquitecto. Con uniforme, policía. (Bueno, pero esto es como una excepción…no
se puede hacer nada con el uniforme)
El punto es que, desde pequeños, nos enseñan que
debemos ser de una manera. Las niñas se comportan de esta manera, los niños de
esta otra. Hay que ser una dama, nos dicen a nosotras. Hay que ser un macho,
les dicen a ellos (que sé yo que les dicen a ellos, pero eso creo). Luego
crecemos y ya lo tenemos procesado. Y el condicionamiento se vuelve más fuerte
cuando escogemos una carrera. (Yo tenía un profesor en la universidad con el
cual para cada examen teníamos que ir vestidos de saco y corbata los hombres y saco
y falda las mujeres. Ah, y CON pantyhose.)
Sirvió de algo la tortura. Me acostumbró a vestirme
con ropa “de trabajo” (Del pantyhose ni hablemos). Obviamente tuve un shock
cultural cuando decidí que lo que yo de verdad, verdad, verdad quería, era ser
escritora. Porque los escritores son medio hippies, todo el mundo lo sabe.
Toman mucho café y recitan poemas a pedido. Son excéntricos. Extraños.
Diferentes.
No los abogados. Esos siguen un molde.
Ah, las expectativas. Uno tiene que ser seria en la
mañana y no tan seria en la noche. Las dos cosas, pero sin mezclarlas. No es lo
que se espera de uno.
El verdadero problema, para mí, son las
expectativas. Y no, tampoco se puede pelear con el sistema (Seria como pelear
contra los molinos de viento). Pero si se puede ser uno mismo, aunque ese ser
uno mismo este colmado de pequeñas rebeldías. Zapatos rojos en vez de negros. Uñas
grises en vez de francesas. Un reloj grande, de los que está de moda. Y, en la noche, cuando me esperan despeinada, sin
maquillaje y con una libreta en la mano, pues, quizás este despeinada (a veces
mi cabello hace lo que le da la gana conmigo), pero ya no salgo de mi casa sin
maquillaje, y prefiero cargar mi Tablet que varios libros. Así soy.
Y, pues…por ahí vamos. Ya como que va siendo tiempo
de que uno pueda ser lo que quiera ser, como quiera serlo.