Los primeros 365 días son
una mierda, me dijo absolutamente todo el mundo. El luto dura un año, decía en
un libro de esos que pretende tener toda la sabiduría. No les creí, claro que
no, pero cuando abrí los ojos esta mañana me quede ahí, acostada un momento,
esperando, así como cuando te despiertas en tu cumpleaños y piensas que deberías
sentir algo diferente pero sientes exactamente lo mismo? Pues así.
Ya arruiné la sorpresa, pero
aun así lo repito. Me siento exactamente igual que ayer. Menos triste, claro,
porque es verdad, solo es un número, un día, y todos los días son igual de vacíos,
pero por más que el sentido común intente, el corazón manda en unas cosas. Y
los aniversarios, esos si son una
mierda. Y los días del padre, y los cumpleaños, y las fiestas, y pues, todos
los días que sean especiales, de familia.
(Mi sabiduría no es
absoluta, obviamente. Es personal. Para mí no ha cambiado nada. Quizás para
otra persona haya cambiado todo. No me lo puedo imaginar, pero acepto la
posibilidad. Malísima escritora seria si no. Pero ustedes no están aquí buscando
posibilidades. Están aquí buscando una historia. Mi historia. Así que eso les
comparto)
El día 366 no cura las
heridas. El día 366 no es el comienzo de algo nuevo. El día 366 es,
simplemente, otro día más sin ti, papito. Así como he contado estos primeros
366, seguramente seguiré contando por mucho tiempo. Quizás por el resto de mi
vida. Y, eso, en el fondo, no es algo tan malo. Lo único mejor sería regresar
al día cero y cambiar la historia, pero me temo que eso no se puede. Si se
pudiera, estoy segura que alguien lo hubiera hecho antes. (Si tan solo querer
realmente fuera poder, estarías aquí conmigo)
Pero no. No se puede
regresar. No queda más que seguir. Y siendo así las cosas, si me preguntan, es
mejor, si vamos a seguir, ir cargando las lecciones, las lágrimas, los abrazos,
los instantes de los últimos 365 días. Si no, ¿para qué vivimos? ¿Para qué
intentamos? ¿Para qué?