No. Creo que no hay que
felicitar a nadie. Así no comienza el diálogo.
Tal vez comienza así: Yo soy
mujer, y hoy me doy cuenta de lo afortunada que soy. Nunca he sido violada ni
he sufrido ningún tipo de violencia física por el hecho de serlo. Como toda
mujer, sin embargo, he hecho el mismo trabajo que un hombre por mucho menos
sueldo. Me han hecho sentir incomoda, insegura y preocupada. He caminado hacia
mi carro de noche mirando hacia todos lados con las llaves en la mano, por si
acaso necesito usarlas como arma.
He tenido que aguantar “cumplidos”
al caminar por la calle. He aprendido que es mejor alejarse que decir que no.
He sentido miedo.
Aun así, yo soy de las dichosas.
El miedo a algo que puede pasarte es infinitamente mejor que el miedo a algo
que ocurre todos los días. (En India, en Afganistán, en Siria, en Honduras, en
todos lados)
Repito. No hay que felicitar
a nadie el día de hoy. (No es un día de esos). Ni siquiera vale felicitarnos a
nosotros mismos por lo mucho que hemos avanzado. (No hemos avanzado lo
suficiente). Hoy, simplemente, nos toca abrir los ojos. Mirar. Entender, quizás.
No el feminismo. No las muchas razones que tienen las mujeres para sentirse
oprimidas, asustadas, menospreciadas. No. Esa es la discusión de todos los días.
Esa es la pelea de igualdad. Esa sigue viva, pero no es la de hoy. La de hoy es
por aquellas mujeres que no pelean simplemente por ser iguales, que no pelean
por una educación, que no pelean por una voz, sino que pelean por sus vidas.
Suena absurdo que todavía se
necesite un día como hoy. Pero así somos. Aquí estamos. Tal vez (sueño
maravilloso) en quince, veinte, cuarenta años esta fecha resulte absurda. Ojalá
sea así. Ojalá me toque verlo. Mientras
tanto, no me queda más que decirlo en alto. Gritar. Por las hermanas Mirabal.
Por aquella mujer en India, y la otra, y aquella en Afganistán, y en Honduras, y
en muchos otros lugares. Por ellas, y por todas nosotras.
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