Cuando digo de estos me
refiero no al resfriado cualquiera, ese donde estornudas un poco, te duele algo
el cuerpo, pero zas, dos Tylenol y puedes aguantar el día. No, no. Me refiero a
ese donde cada paso es una tortura porque todos y cada uno de los músculos en
tu cuerpo están adoloridos, donde el catarro no te deja ni hablar, estas
estornudando tanto que, si a Santa, de a casualidad, le faltara Rudolf este
año, tu podrías reemplazarlo, y tu garganta te duele hasta cuando piensas en
hablar.
Esa gripe que no es ni
gripe, sino como peste bubónica.
La que te provoca quedarte
en la casa, debajo de tres sabanas, y dormir todo el día. La que te quita el
apetito, pero, al mismo tiempo, te deja deseando una sancocho caliente, porque
eso, según mi abuelo, quita todos los males. Alguna otra gente dice que un shot de seco es lo que de verdad quita
todos los males, pero eso, sí que no tengo ganas de averiguarlo.
Claro, la vida no funciona así. El mundo sigue
girando aunque tu tengas ganas de morirte (La semana pasada casi ni fui al gym. Y yo soy de las que me arrastro
hasta medio muerta, which is not always a good thing. Así de mal me sentía). Y
pues, ya he decidido que una semana es suficiente. Ya estuve miserable y media
por (contando hoy), siete días.
Me rehúso a perder uno más a
manos de esta peste.
Así que, hoy, pues hoy iré
al gym. Comeré lo que me da la gana. Y si, probablemente pagare las consecuencias.
No podré hacer ejercicios bien, me dolerá doblemente el cuerpo, mi garganta
protestara y, para colmo de males, tendré que acostarme como a las nueve porque
estaré muerta en vida.
Pero la gripe no me habrá
ganado. Oh, no. Not again.
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