Hoy
no iba a escribir de fútbol. Juro que no. No vayan a pensar ahora que esto se
va a volver un blog de futbol. Pensé que tendría algo que decir del draft de la
NFL. Bueno o malo. Pero, mi draft se resume así:
- Primer pique. Boring. Ya sabía.
- Segundo Pique: Boring again. Ya sabía.
- Luego, un trade. Y otro. Y otro. Y OTRO. Ah, y los Dolphins por fin picaron un QB. Y luego más trades.
- Después de dos horas y media esperando que picara mi equipo, otro trade. Pican más abajo. Y luego, de nuevo.
O sea, tres horas de mi
vida pedidas.
Pero esta mañana,
mientras contemplaba si debía hablar de la maravillosa combinación que me puse
el día de hoy (a veces uno prueba cosas raras y le salen de maravilla), me enteré
que Pep Guardiola había anunciado, oficialmente, que abandonaba el Barça al final de la temporada.
Me lo veía venir. Lo
estaban diciendo desde hace meses. No por eso me causó menos tristeza. Yo llegué
a Barcelona justo cuando Guardiola fue nombrado entrenador. Recuerdo las dudas.
Los periódicos que, todos los días, cuestionaban la decisión. Nadie se acuerda
ahora que hubo dudas. Pero las hubo, y muchas.
A mi simplemente me parecía
guapo. Recordaba un poco de su carrera como jugador (no mucho, lo admito). Y
bueno, que les voy a decir…me parecía, y me sigue pareciendo, el entrenador más
guapo que he visto. Era una buena razón para estar a su favor.
Para esos tiempos si yo
seguía la Liga Española, era por Messi. El equipo de mis amores, el de mi corazón,
el de las lágrimas y las alegrías verdaderas (más lágrimas que alegrías, hay que
decirlo), era la selección argentina. No me perdía un juego. Tanto así que
recuerdo a Messi, un enanito de 16 años en aquel Mundial Sub-20 que luego ganarían
y en el que el nombre de Lionel Messi de repente comenzaría a cobrar fuerza.
Fue un suplente en los primeros partidos.
No siquiera el
entrenador pensaba que estaba listo.
Esto no tiene nada que
ver con lo que estaba contando, ya sé. El punto es que, cuando llegue a
Barcelona, no me importaba tanto el equipo, ni Guardiola. Solo Messi. Y, como
la selección de Argentina no era más que un sufrimiento tras otro, debo admitir
que le había perdido un poco del gustito al fútbol.
Guardiola me lo devolvió.
O, debo decir, el Barça me lo devolvió. Ese estilo de
juego me lo devolvió. El ir al estadio y sentir que la pelota siempre está en
los pies de uno de los tuyos. La ciudad que se paraba cada vez que jugaba el Barça. Como, desde la Diagonal, donde daba clases, se podían escuchar
los gritos cada vez que anotaban.
Recuerdo aquella
semifinal de la Champions, contra el Chelsea. Arreconchinada en un bar donde no
debían caber más de 50 personas. Habíamos al menos 300. Recuerdo también que,
cuando Iniesta anoto ese gol agónico, todo el mundo tiro al aire cerveza,
patatas bravas, etc, etc.
Y recuerdo la celebración.
Recuerdo cada una de las celebraciones. Tuve la oportunidad de vivirlas en
carne propia. Y, por eso, más que nada, hoy, que Guardiola se va, pero el Barça continúa, no me queda decir más que… Gracias! Por el
estilo de juego que tu no inventaste, pero que ayudaste a definir. Por ganarlo
todo ese año, justo cuando yo estaba ahí. Y por devolverme ese gustito por el fútbol.
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