Es un tema medio escabroso.
De esos de los que todo el mundo tiene una opinión. Y sin embargo, yo,
INGENUAMENTE, pensé que el debate causado por el bien intencionado pero
completamente inefectivo proyecto de ley “anti-piropos” presentado ante la
Asamblea, sería algo bueno. Siempre es mejor hablar del tema, pensé.
Discutirlo. Que la gente lo entienda.
Mi error, entiendo ahora,
fue dar por sentado que todo el mundo estaba en la capacidad de entender.
Ser mujer y salir a la calle
es una cosa complicada. Suena exagerado, pero es así. Hay miles de cosas que
uno tiene que pensar antes de dar el primer paso fuera de su casa. Y no solo
son las normales (me veo bien, esta ropa
combina, etc.), sino también las inverosímiles, (estoy vestida de forma apropiada para el área de la ciudad
a la que me dirijo, llevo algo en mi cartera con lo que pueda protegerme si me
atacan). Salir a la calle significa, a veces, tragarse la dignidad, sonreír a
pesar de todo, mantener la frente en alto cuando se tienen ganas de llorar.
No exagero. En serio. Las
palabras no hacen daño, leí por ahí esta semana. Pero es mentira. Hieren. Causan
miedo. Asco. Rabia. Deberían sentirse halagadas, escuché también por ahí. A
otras ni les hacen caso. Y me reí. Me reí porque la única otra respuesta
posible era llorar, y la persona que dijo semejante cosa no se merece mis lágrimas.
Me reí porque ya no solo me tengo que aguantar que me falten al respeto, tengo
que disfrutarlo. Es un cumplido. Un piropo.
Quizás, lo peor que escuché fue la frase: Hay libertad de expresión. Me ha tomado un par de días procesarla.
Entender que respuesta debo dar a esta idea. Hace no mucho escribí sobre
respetar el derecho ajeno, justo después de los atentados de Charlie Hebdo. Este
tipo de pensamiento va en contra de esa idea. Hay libertad de expresión, sí.
Eres libre de ser un cerdo machista si quieres, pero no eres libre de acosarme
a MÍ, individualmente, por tus creencias. La libertad no incluye el acoso, la intimidación,
el atropello. Burlarse de una figura pública en un periódico dista mucho, muchísimo
de que 3 hombres te griten a ti, a cinco metros de distancia, todo lo que
quieren hacerte.
Así son los panameños, añadió
alguien, como la cereza del pastel. Esos son los piropos que saben. Habrá que
aguantarse.
Y no. A mí no me gustan este
tipo de piropos. No me da la gana de soportarlo, ni de tener que cambiarme de
acera para poder mantener un poco de dignidad, ni de pensar dos veces si debo salir
a comprar comida porque en la esquina hay cinco trabajadores de construcción juntos,
y tengo que pasar por ahí, no hay forma de evitarlo. A mí no me gusta ser un
objeto. Y soy persona. Y las personas decimos basta. Hasta aquí. No aguanto más.