“If you want to keep a secret, you must also
hide it from yourself.” es una de las frases que más recuerdo de 1984, el
maravilloso y espeluznante libro de George Orwell sobre una sociedad que
seguramente nunca, nunca podría existir. (yeaaaah, riiiiight). Siempre me han
gustado las exageraciones como forma de expresión literaria, así que la idea ha
tenido un cierto appeal para mí. Eso
es, claro está, hasta que me di cuenta que estamos más cerca de la exageración de
lo que yo pensaba.
Nadie
está monitoreando mis emails, o mis conversaciones telefónicas. (Creo). Pero,
aun si lo estuvieran, no me preocupa mucho la cosa. La vida ha cambiado (no
cambiado así un poquito, como tonos de un mismo color, no, la vida es un color
diametralmente opuesta al que comenzó ya, amarillo y morado, nada en común). La
vida la compartimos nosotros mismos, en Facebook, en Twitter, en Instragram, y
quien sabe de qué otra manera más. Los secretos son una cosa del pasado.
Escribo
un cuento en la mañana, y cuando lo publico en la tarde cinco personas me
preguntan cuándo me pasó eso. Termino una novela y sé que la gente pensará que
todas y cada una de las palabras son mías (y lo son, aunque no sea yo). Antes
(tiempo pasado, historia patria), daba explicaciones. Esta es una de las preguntas
favoritas de la gente. ¿Qué tanto de lo que es tu personaje tiene que ver con
tu personalidad? ¿Y eso, te pasó a ti? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Dónde?
Ya
no contesto. Mis historias hablan por mí. No estoy segura que dicen.
Seguramente cada persona encontrara la respuesta que quiere en ellas. Mi vida
no es un secreto. No pretendo que lo sea. Fue Emile Zola que dijo, mucho antes
de la época está en que vivimos, en la que parece que la privacidad no existe,
en la que el gobierno, el vecino, el conocido y el amigo parecen saber más de tu
vida que tú mismo, las palabras que enmarcan lo que ser un artista significa
para mí.
“If
you ask me what I came to do in this world, I, an artist, will answer you: I am
here to live out loud.”
No es tan difícil. Digamos
lo que pensamos. En alto. Con fuerza. Seamos honestos. Y sobre todo, aceptemos
nuestros defectos, nuestros errores. Lo dije antes, y lo repito: Ya no hay
secretos. Alguien se enterara tarde o temprano, seamos políticos, artistas,
abogados, ingenieros. Y si alguien se va a enterar de mi vida, pues, prefiero
echar yo el cuento. Al fin y al cabo, las palabras son lo mío.
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