martes, 20 de enero de 2015

Del respeto al derecho ajeno…

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Nace la paz. O algo así. Me tendrá que perdonar Benito Juárez por la cita, pero es que la cosa se está poniendo un poco dudosa. Todos (y hablo de todos en el gran sentido de la palabra) estamos de acuerdo con el fondo de la cuestión, pero en la práctica…en la práctica, que difícil es.

Hablo de respeto en general. Respeto a las opiniones ajenas. Respeto a la forma de expresar estas opiniones. Respeto por esas cosas con las que estás de acuerdo, y respeto por las cosas que te parecen repugnantes. En fin, respeto con R mayúscula y en negritas.

Fue muy fácil para mí usar esta máxima mientras hablábamos de los horribles atentados en la revista Charlie Hebdo, en Francia. Nada justifica eso, ni un insulto real o percibido contra tu religión, ni las diferencias, ni odios heredados. Nada. Llenarte de razón contra algo que te parece abismal, absurdo, es de las cosas más sencillas del mundo.

Pero ay, como cuesta cuando te voltean la tortilla. Cuando estas sentada frente a la televisión escuchando lo que, a tu leal saber y entender, son una sarta de estupideces salir de la boca de lo que después del espectáculo de anoche no puedes calificar de otra manera que una partida de ineptos, y tu mente te dice, te grita, que hay gente que no tiene derecho a hablar.

Si no tuvieron la desgracia de ver el “interrogatorio” (yo lo llamaría más bien linchamiento) de nuestros “honorables” Diputados al Administrador de la Autoridad del Canal de Panamá, Jorge Quijano, pues, bien por ustedes. Seguro se levantaron esta mañana con algo de fe en el proceso. Yo, sin embargo, ya sé que tipo de personas nos representan, así que la fe se ha desvanecido.

La verdad es que todo el mundo tiene derecho a hablar. Una parte de mi dice que eso no significa que todo el mundo debería hacerlo, pero en el fondo, hasta las estupideces son buenas. Constructivas. Yo aprendiste algo anoche. Aprendí que ser Diputado no es tan difícil. Aprendí que hablar en público es una cosa más complicada de lo que pensaba. Aprendí que hay que pensar antes que hablar. Aprendí que el respeto al derecho ajeno es mucho más difícil en la práctica que en la teoría.  

La mayoría de esas cosas ya las sabia, pero siempre es bueno cuando la gente esa a la que le pagan demasiada plata por representarte te enseña algo. Aunque simplemente sea que hay que hacer todo lo que esté a tu alcance para no ser como ellos.

martes, 13 de enero de 2015

No hay secretos, así que mejor ni intentarlo.

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If you want to keep a secret, you must also hide it from yourself.” es una de las frases que más recuerdo de 1984, el maravilloso y espeluznante libro de George Orwell sobre una sociedad que seguramente nunca, nunca podría existir. (yeaaaah, riiiiight). Siempre me han gustado las exageraciones como forma de expresión literaria, así que la idea ha tenido un cierto appeal para mí. Eso es, claro está, hasta que me di cuenta que estamos más cerca de la exageración de lo que yo pensaba.

Nadie está monitoreando mis emails, o mis conversaciones telefónicas. (Creo). Pero, aun si lo estuvieran, no me preocupa mucho la cosa. La vida ha cambiado (no cambiado así un poquito, como tonos de un mismo color, no, la vida es un color diametralmente opuesta al que comenzó ya, amarillo y morado, nada en común). La vida la compartimos nosotros mismos, en Facebook, en Twitter, en Instragram, y quien sabe de qué otra manera más. Los secretos son una cosa del pasado.

Escribo un cuento en la mañana, y cuando lo publico en la tarde cinco personas me preguntan cuándo me pasó eso. Termino una novela y sé que la gente pensará que todas y cada una de las palabras son mías (y lo son, aunque no sea yo). Antes (tiempo pasado, historia patria), daba explicaciones. Esta es una de las preguntas favoritas de la gente. ¿Qué tanto de lo que es tu personaje tiene que ver con tu personalidad? ¿Y eso, te pasó a ti? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Dónde?

Ya no contesto. Mis historias hablan por mí. No estoy segura que dicen. Seguramente cada persona encontrara la respuesta que quiere en ellas. Mi vida no es un secreto. No pretendo que lo sea. Fue Emile Zola que dijo, mucho antes de la época está en que vivimos, en la que parece que la privacidad no existe, en la que el gobierno, el vecino, el conocido y el amigo parecen saber más de tu vida que tú mismo, las palabras que enmarcan lo que ser un artista significa para mí.

“If you ask me what I came to do in this world, I, an artist, will answer you: I am here to live out loud.” 

No es tan difícil. Digamos lo que pensamos. En alto. Con fuerza. Seamos honestos. Y sobre todo, aceptemos nuestros defectos, nuestros errores. Lo dije antes, y lo repito: Ya no hay secretos. Alguien se enterara tarde o temprano, seamos políticos, artistas, abogados, ingenieros. Y si alguien se va a enterar de mi vida, pues, prefiero echar yo el cuento. Al fin y al cabo, las palabras son lo mío. 
 
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