A veces abro los ojos y no me acuerdo
que ahora vivo en un mundo sin ti, papito. Eso es lo peor. Ese momento donde la
luz del sol te pega y no tienes problemas ni preocupaciones porque el día
apenas está comenzando. No dura mucho, claro está. La memoria es una carga y
una bendición. Luego me siento culpable por ese breve momento de paz, aunque
estoy segura que tú no me lo reprocharías.
La mayor parte del tiempo estas cada
vez que hago una pausa. A veces cuando no las hago. Quiero imaginarte sonriendo,
pero no lo logró. Te veo en el hospital, con los ojos cerrados. Siempre. Ahí. No
quiero recordarte así. Pero tengo miedo. Si se va esa imagen, ¿se llevará
consigo todas las demás? Podre todavía verte sentado frente a la televisión
hasta el último momento, aunque los Dolphins fueran perdiendo por treinta
puntos. ¿Podré verte cantando una canción de esas que yo siempre decía eran de
viejo? O, ¿será que cuando te vayas, te vas por completo?
Es un miedo tonto, dice mi cerebro. También
lo dice la gente que pretende consolarme. Lo dice el sentido común, los libros,
las canciones. Pero el miedo es más fuerte. Ayer me tomó tres horas recordar tu
risa. ¿Si lo intento hoy, me tomara cuatro? ¿Cinco? ¿Podré?
Tenerle miedo a la muerte es normal. Común,
diríamos. Pero, ¿sabes que me da más miedo que la muerte, papito? El olvido. No
se me ocurre nada peor que olvidarte, que encontrarme en un día donde, al poner
mi cabeza en la almohada me doy cuenta que no he pensado ni un segundo en ti. No
me dejes llegar allá, papito. Te lo pido. Aunque creas que es lo mejor. Aunque intentes
que estemos bien. Bien ya no existe. Bien es un imposible. Y no puedo
imaginarme mejor si tu no estas, aunque sea en mi cabeza y en mi corazón.
Por eso hoy me acuerdo. Me acuerdo de
cuando te aparecías por detrás, así, suavecito, y asustabas a todo el mundo. Y
de cuando me despertabas para ver si estaba durmiendo. Que rabia me daba. O la
vez que me despertaste para preguntarme el final de Harry Potter. Qué bueno que
te lo conté, papi. Qué bueno que esas cosas todavía están conmigo. Aunque ahora
solo sean recuerdos. Aunque ya no haya más.
Nada va a ser lo mismo. Nunca más.
Pero todavía se puede vivir (creo). Si lo intento, es porque se lo que dirías.
Lo imagino. No sé si con tu voz exacta, pero casi que puedo escuchar las
palabras. Y, si, papito. Yo también te quiero. Y lo intentaré. Lo prometo.