Aquí
les comparto la segunda de las reseñas, cuyo libro, Así de simple y otras
complejidades, de Diana Mayora, fue presentado el Sábado 24 de agosto, en el
marco de la Feria del libro.
Lo curioso de este título es que, solamente escribir
el libro por el que hoy nos hemos reunido, es, tan, pero tan difícil, que el
título es resulta ser algo así como un chiste personal. De Diana con ella
misma, y con nosotros, los escritores, que podemos entender lo que significa. A
ustedes, quizás, les parezca sencillo. Es que a ella le gusta, dicen algunos.
Así que es solo cuestión sentarse y ahí, lo que salga.
Ojalá fuera tan fácil, siempre le digo a esas
personas. Ojalá.
Y, precisamente porque no lo es, y, a pesar de eso,
estamos aquí, es que Diana se merece el primer aplauso de la noche. No, no es
fácil. Es más, es condenadamente difícil. Créanme. Si van a alguna otra
presentación y un autor se sienta en una silla como esta y pretende decirles
que es fácil, pues les miente. Y, aunque cada noticia, invitación o correo que
he recibido sobre este evento hace hincapié en los 17 años de Diana, no quiero
que piensen que es más fácil a los 25, supongo que tampoco a los 40, ni a los
70.
La edad de Diana, en el fondo, no importa. Y no
importa porque el libro que escribió, ese del que vamos a hablar hoy, habla por
sí solo. Para eso están los libros. Y si nos callamos un ratito y escuchamos lo
que dice, nos dirá que no lo escribió alguien de 17 años. Llamémoslo madurez.
Inspiración. Lo que sea. El punto es que el libro no debería ser juzgado por la
edad de su autora. No estamos aquí para decir, ah, bueno, para alguien de 17 años, es un buen libro. No. Estamos
aquí para decir, es un buen libro.
Punto. Los calificativos sobran.
Cuando veo a Diana, ahí sentada, de alguna manera,
me recuerda a mí, hace no tantos años, pero más de lo que parece, una niña,
nueva en esto de escribir, metida de cabeza en un Diplomado en Creación
Literaria donde todo el mundo era, al menos diez años mayor. Estoy aquí para
reseñar un libro, sí, pero me perdonan si me tomo un momento para compartir con
ustedes, pero más que nada, con Diana, las lecciones de esos tiempos. Y la
primera, y más importante de ellas es esta:
Nadie tiene la verdad absoluta.
Es cierto. Alguna gente tendrá razón, otras no, pero
todo el mundo tratará de darte consejos. De que veas su punto de vista. De que
estés de acuerdo con uno, o con otro. El mundo literario, en Panamá, del que, esperamos todos lo que hemos leído
tu libro, quieras seguir formando parte, es como un laberinto. El que escucha a
todos, termina perdido. Así que, mi mejor consejo, y tampoco tienes que
escuchar mi consejo, eh, eres libre de ignorarme a mí también, si esa es tu
manera, pero mi consejo sigue siendo, no te preocupes por estar de acuerdo con
este o con el otro, no, al menos que tú de verdad quieras estarlo. No aceptes
la verdad ajena como si fuera propia. Busca la tuya.
Mi momento de sabiduría ha terminado. Ahora ya no
vamos a hablar de Diana. Y no es que no haya mucho de lo que hablar, porque lo
hay. Pero no estamos aquí por eso. Ahora estamos aquí para hablar del libro.
A veces uno lee un libro y lo disfruta, sí, pero,
cinco minutos después de cerrarlo no puede recordarse de nada de lo que le
leyó. No es cuestión de que los cuentos tengan una moreleja ni nada por estilo,
pero sí de que, de alguna manera, dejen algo en el lector. Puede ser una
sensación. Un sonido. Un tic nervioso. A veces, hasta un presentimiento que te sigue
por el resto del día. Es algo así como cuando escuchas una canción y, por
alguna razón y otra, se te pega. Así son los buenos libros. Los buenos cuentos.
Se quedan contigo.
Hay cierta chispa en estos cuentos. Esa que te
atrapa. Esa que hace falta para decir que un libro es bueno. Porque libros que
se pueden leer sobran. Libros con chispa, esos son la minoría. Y, cuando se
encuentra uno, pues, vale la pena sentarse aquí y hablar de él.
No voy a hablarles de los cuentos uno por uno,
primero porque eso casi los arruinaría y segundo porque, no es necesario hacer
una reseña pormenorizada para que sientan ustedes lo que sentí yo. Son, además,
34 cuentos, y si nos pusiéramos a hablar de cada uno, no le dejaría tiempo al
Profesor Jaramillo para hablar, ni a Diana para que compartiera con ustedes
alguno de esos cuentos, así que me voy a concentrar en un par, que fueron los
que a mí más me gustaron. (Y esto es una vil cuestión de gustos, probablemente
ustedes, cuando agarren el libro, disfruten más otros. Luego me contaran).
El primero que me viene a la mente es uno que,
posiblemente les sorprenda. El cuento “Tal vez y a veces,” un cuentito de una
página, pero que dice muchísimo. ¿Qué hacer cuando nada te parece real?
Pregunta la autora, al principio del cuento. Excepto que no tiene una
respuesta. No la tiene nadie. Y, por eso es que la pregunta, y el final, son la
primera cosa que me acuerdo cada vez que veo la portada del libro.
Y, quizás, porque todavía me acuerdo lo que se
siente, “Solo sé que nada sé” es otro de mis cuentos favoritos. No puedo
decirles mucho sin arruinarles el cuento, pero les prometo que todos,
absolutamente todos, en algún momento, hemos sentido lo que el personaje
siente. Qué curioso, encontrar una de esas sensaciones universales, y que resulte
nueva. Ahora, después de decirles esto, seguro que van por ese cuento primero.
Aunque quizás deberían comenzar es por “Versiones”,
que es más vida que cuento. Es la vida hecho cuento, porque, así es, en todo
hay dos versiones. El malo de la película seguramente no se ve como el malo de
la película. Y no hablemos de lo que el malo pensara del bueno, ese tonto que
solo hace arruinarle los planes. No pasamos suficiente tiempo pensando en los
malos y resulta que, ellos, ellos también tienen una historia que contar.
Y, porque les prometí no pasar hablando de cuento
por cuento, terminare con decirles que, si están haciéndome algo de caso y
apuntando en su lista mental los cuentos que les digo, prueben también “Ya no,”
y se dejen llevar por la escritora, autora, esa que escribe y escribe y
escribe. Quizás, porque es, es, es. Siempre he pensado que una cosa no puede
separarse de la otra.
Hay mucho aquí. Hay mucho talento. Hay muchas ganas.
Hay muchos temas. Yo diría que hay algo para casi todos. Diana escribe para
jóvenes, me dijeron, pero no es verdad, Diana escribe, y ya, quien lo lee,
encontrará después su lugar en el libro. Su cuento favorito.
Diana escribe, además, con dejos de una escritora
mucho más experimentada. Luego las cosas cambian, eh. A veces uno, después de
un rato, busca capturar la frescura de cuando recién comenzó a escribir. Otras
veces uno extraña la inocencia del no saber. La vida va pasando. Nos cambia los
temas. Nos cambia la perspectiva. Luego vendrán otras historias y otras maneras
de contarlas. Pero déjenme decirles, estas maneras de contar, estas, estas no
son de principiante. No son las de siempre.
Me sorprendió, por ejemplo, la gran cantidad de
cuentos contados en segunda persona. No es necesariamente una cosa que se
aprende, digo, es mi opinión, luego podrá el Profesor Jaramillo contradecirme,
pero, si les digo esto, es porque, a mí, en especial, siempre me ha gustado la
segunda persona. Escribía en segunda persona antes de saber lo que significaba
escribir en segunda persona, y tengo la impresión de que a Diana le pasa lo
mismo.
Pero no es fácil, eh. No es fácil hablarle al lector
de tú, y aun así, mantener un cuento. El lector no está ahí, pero es un
interlocutor difícil. Contarle un cuento, de esos que quedan ahí, para leerse
cuando quieran, eso es más sencillo.
No es la única cosa que veo en los cuentos de Diana,
pero es la que más me llamó la atención, al menos, del punto de vista estético.
Del punto de vista del escritor viendo como escribe otro escritor, buscando
descifrar los trucos, entender la historia antes de tiempo. Me gustaría apagar
ese lado a veces. No siempre puedo. A veces, sin embargo, a veces los cuentos
te atrapan. Se te olvida ser crítico. Te vuelves lector.
Por momentos, eso me paso con Diana, y te digo,
Diana, para mí, eso es una delicia. El leer a alguien y tener que parar en una
frase y volver a leerla y decir, que buena frase….que buena frase. Ojala así
fueran todos los libros.
No diré mucho más. No quiero aburrirlos. He dicho
mucho ya. El Profesor Jaramillo dirá otro poquito. Y Diana, pues, Diana tiene
mucho que decir todavía. Le tocara hacerlo de nuevo, en otro libro. En este
libro, ya no puede. Este ya está escrito. Dicen por ahí que una vez que el
libro está escrito ya no te pertenece. Le pertenece a los lectores. Yo no estoy
completamente de acuerdo con eso, pero me permito robarme esa frase y decirles
a ustedes, lectores, que disfruten del regalo que les ha hecho Diana. Yo en
verdad lo hice.
Muchas gracias.