Ser escritor en Panamá es
una cosa curiosa. Supongo que es lo mismo en todos lados, pero como mi
experiencia está limitada a un año en Barcelona donde pasé más tiempo buscando inspiración
que siendo parte de una comunidad y mis años de disque escritora seria acá en Panamá,
no puedo más que opinar de lo que somos aquí, en este pueblo chico, infierno
grande.
¿Qué
somos? Somos una mafia. Eso, sin más. No en el sentido criminal, ni tampoco en
el sentido siciliano (aunque si tuviera que escoger otra nacionalidad, italiano
estaría más que bien), sino, como bien dice la RAE:
La
mafia de la literatura panameña, entonces. Suena feo, elitista y hasta ridículo,
pero no lo es. Al menos no del todo. La mafia acepta nuevos integrantes. La
mafia subsiste porque hay nuevos integrantes. Pero la mafia se mantiene, también,
porque a pesar de ser abierta, de alguna forma separa a los nuevos integrantes
de los jefes de la “familia”.
Mi
conocimiento sobre la mafia está limitado a haber visto 24 veces las películas de
El Padrino, además de haber leído el libro. (Porque el libro siempre es mejor),
pero a que no les suena lo que les digo? ¿No? ¿En serio no? Puede ser que si no
les suene sea porque a) No son escritores. b) No son panameños. c) Han tenido
la suerte de encontrar su camino hacia dentro de la mafia ganando un concurso,
tomando un Diplomado en Creación Literaria y/o siendo familia/amigo de alguien
que ya pertenecía a la mafia.
Si
no están en ninguno de esas tres categorías, seguro nos entendemos. Mafia. Sí.
MAFIA. No una mafia mala, pero una mafia cerrada. Protectora del status quo. Las mismas caras de siempre.
Las mismas figuras.
Todo
esto lleva a que tengamos una mala impresión de todo el asunto, de los premios,
de los #escritorespanameños, y a veces, hasta del oficio de escribir. Que
pensemos que todo el mundo escribe como ese escritor que nos mandaron a leer en
la escuela y que todos odiamos, que nadie está interesado en ayudar al otro a
mejorar, y que es más fácil escribir que ser, propiamente, un escritor
panameño.
A
veces es cierto. Muchas veces, sin embargo, no lo es. La literatura te da más
de lo que te quita. Te da maestros, modelos. (A veces quiero regresar a cuando
era poco más de una niña y daba clases con Ariel Barría. O a los talleres en
Exedra con Carlos Wynter. O, mucho más atrás, a cuando Enrique Jaramillo Levi
me regresó mi primer cuento todo marcado de rojo.) Te da amigos de por vida.
(Esos que se ponen triste contigo, y con los que tú te pones feliz). También te
da golpes. No es fácil, ser escritor. Ni aquí, ni en ningún lado, supongo. Somos
(y me incluyo), una comunidad cerrada. A veces faltan espacios. Casi siempre
falta critica. Pero hay gente que ama este oficio. Hay gente que ama las
letras. Hay gente que tiene empeño, ganas, fuerzas. Quizás no se ve desde
afuera, pienso, cada vez que voy a un taller y escucho las quejas de los jóvenes
sobre lo aburridos, cerrados y grises (GRISES, me dijo un niño, GRISES), que
son los escritores panameños. A lo mejor somos tan cerrados que damos una mala impresión,
concluyo cuando me escribe alguien de otro país hablando de la fama de los
escritores panameños. Tal vez necesitamos un cambio.
La aceptación es el primer paso, ¿no?