Ya me imagino las caras de algunos
(muchos), cuando lean este artículo. O cuando lean el título, porque a veces
eso es todo lo que se necesita para criticar. Es la forma de ser del panameño,
me decía alguien. Le encontramos lo malo a todo. La quinta pata al gato. Nos
quejamos, nos quejamos y luego, cuando terminamos, nos quejamos MÁS.
Somos de lo peor, sancionaba esa
persona. Y no dejo de entender el punto de vista, eh. Excepto que no lo
comparto. Primero porque generalizar es una cosa mala, malísima. Y segundo,
porque, aun si tuviera que generalizar, solo me basta mirar hacia la escritura
panameña de los últimos años para darme cuenta de que, cuando más necesitamos criticar,
no lo hacemos.
En Panamá no existe la crítica
constructiva. De a milagro existe la crítica destructiva (y esta, cuando
aparece, solo lo hace para responder a vendettas personales). Aquí en este país
todo el mundo escribe obras de arte, absolutamente todo el que publica tiene
talento, y los libros de escritores panameños que se encuentran en las
librerías son de una calidad que, para que les cuento, de aquí al
Nobel de Literatura. Prácticamente perfectos. A nadie le falta una tilde. No
hay errores gramaticales ni problemas de argumento.
Somos así de buenos.
Pero el país no es culto. La gente no
aprecia lo nacional, solo lo extranjero. Es una cuestión de mercadeo, de
dinero. El público lector, que para colmo, es poco, se deja envolver. Ante eso,
la única respuesta es no rendirse. Seguir adelante.
Así te dicen. Así me han dicho.
Nunca me había comido mucho el
cuento, pero, últimamente, el cuento ha comenzado a darme un poco de rabia. Es
verdad que no se leen muchos escritores panameños, es también verdad que hay
libros sublimes, espectaculares, casi obras maestras que dan ganas de leer y
leer y seguir leyendo, que nadie parece conocer. Hay poetas que hacen que mi
corazoncito se apriete y cuentistas que te dejan sin palabras.
Pero, seamos serios…eso no es todo lo
que hay. Claro que no.
Hay libros malos. Malos con mayúscula
y negrita. Hay libros mal editados. Muchos. Muchísimos. Hay libros sin sentido.
Hay cuentos que no son cuentos y novelas que no son novelas. Hay gente que
publica por publicar, y se desaparece. Hay gente que sigue publicando aunque
deberían parar. Hay gente con talento. Hay gente sin talento.
Lo que no hay es crítica.
Nos da miedo, creo. Vivimos en esta
cultura de ay, fulanito es mi amigo, ¿cómo carajo le voy a decir la verdad? O,
peor aún, vivimos en la cultura de: Si le digo la verdad, lo pierdo para
siempre. Y yo me pregunto, ¿de verdad sería tan malo?
Ya me imagino la reacción.
Crueldad inusitada. Mira esta quien se cree. Diciéndome que deje de
escribir. Pero, no, no digo eso. Digo que hay que tener la cabeza fría.
Hay que mirarse en el espejo y verse de verdad. Todos tenemos algo que
corregir. Todos, todos, todos. Yo cada día encuentro 7 cosas que debo mejorar
(y no solamente en mi escritura).
A veces esto es difícil (borderline imposible),
ya sé. Pero resulta treinta mil veces más complicado (me gustan las
exageraciones*) en esta cultura de escribe escribe, publica publica, y ya está.
Quizás no me toca a mí decirlo
(aunque ya era hora de que ALGUIEN lo dijera). No puedo hacer nada al respecto
si nadie más dice nada. Pero si puedo, encarecidamente, pedirles una cosa.
A mi díganme la verdad, eh. Cuando me dicen que algo les
gustó, les emocionó, les llegó, que sea porque así fue. Y si me
quieren decir que no tiene sentido, que es horrible, que lo odian, pues,
bienvenido sea. Tal vez encuentre en SUS razones, alguna idea que aplicar
a mi propia vida. A lo mejor no. Pero eso ya será mi problema, no el suyo.
*Reconozco mis problemas. Es el
primer paso.