miércoles, 1 de agosto de 2012

De las Olimpiadas y los héroes.

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Ayer, mientras veía a Michael Phelps ganar su medalla número 19, que lo convertía en el atleta más condecorado en la historia (si, dije la HISTORIA) de las olimpiadas, me puse a pensar en la razón por la que las Olimpiadas han capturado nuestra atención. Llevamos días pegados a la televisión, y después, volveremos a estar pegados para la Serie Mundial, la Champions, el Superbowl. Escogeremos un equipo. Odiaremos a otro. Tendremos un jugador favorito. Somos así.

Buscamos héroes. Hay una escasez de ellos. Y como no podemos encontrarlos en la vida real, nos concentramos en las películas, series de televisión, libros y hasta en el ámbito deportivo. Vemos a los atletas que han sacrificado todo para ser los mejores, aquellos que, con orígenes humildes y poco apoyo han llegado muy lejos.  Y nos sentimos inspirados. A lo mejor algunos de nosotros nos sentimos identificados con otro tipo de atletas, aquellos que, aunque hayan tenido una vida fácil, se mantienen humildes. Quizás otros prefieren aquel atleta arrogante, ese que sabe que es bueno y no tiene miedo de decirlo. Pero todos escogemos a uno. 

En el fondo, queremos que ganen. Ansiamos un final feliz. O, cuando estos mismos atletas, los que hemos seguido, los que se han ganado nuestra admiración y respeto, resultan no ser lo que parecen, los condenamos duramente. Si tomaron esteroides, los bajamos del pedestal por completo. La trampa no cabe en nuestro subconsciente. A veces pretendemos juzgarlos hasta por cosas que pasan en su vida personal: engañaron a su mujer, pues, no deben ser buenas personas. Manejando borracho, pues, ya no eres perfecto así que no puedes ser mi jugador favorito.

Y cuando estas cosas pasan, nos ensañamos con ellos. Queremos que pierdan casi con la misma fuerza con las que antes celebrábamos sus triunfos. No es nuestra culpa, realmente. Estamos programados para ser así. Buscábamos a nuestro héroe, y cuando este nos defrauda reaccionamos como si la afrenta hubiera sido personal. No hay nada peor que un héroe que se cae del pedestal. No importa que esos héroes sean en verdad personas. No importa que la perfección no exista. 

Seguiremos buscándola, y, para eso, encontraremos nuestros héroes en el mismo lugar. En los deportes. En la película. En la televisión. En los libros. Héroes seguirá habiendo. Ojalá, con el tiempo, nosotros comprendamos que héroe no es solo es que siempre hace las cosas bien, sino también el que es capaz de caerse y volver a levantar. El que es capaz de meter la pata hasta el fondo, aceptar sus errores, y seguir adelante. Quizás, en ese momento, nuestros héroes se alejan de la perfección y se vuelvan personas de carne y hueso, como nosotros. Y, tal vez, cuando ese día llegue podremos, de verdad, apreciar las 19 medallas de Michael Phelps sin recordarnos que no siempre fue perfecto, y eso, eso es lo mejor que se puede decir de él.

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