jueves, 29 de agosto de 2013

Editing process, an internal Monologue V 1.0

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Well, this should be easy. I wrote a damn good book the first time. Who said first drafts were hard? This was much better than I …

Wait…WAIT.

That’s my opening line? Oh, no. No, no, no. That needs work. But, all right, that’s okay. I caught it in time. Now I just need to come up with …oh, crap. The whole paragraph sucks. But that’s okay. I’m still good. I can fix this. This is why they call it editing. Because you need to change things. I’m sure the rest of the chapter is …eh …well, it’s not that bad. 

But in the second chapter, that’s where this gets good…any second now. Any second …oh …well, yeah. This. I so didn’t think this through from the start. Another inconsistency. At least I can see them now. Maybe I should just put them in red or something, so I can do one complete re-read and then fix all those little things that …

NO.

NO.

::GIGANTIC PLOT HOLE SMACKS ME IN THE FACE::

OMG. OMG. OMG. What do I do now? What do I do now? I don’t know what to do. I’m confused. I mean, didn’t I think this through? I obviously did not think this through. I thought I had. I mean, I did. In my head. I obviously needed to write some of this stuff down. Okay, I’ll go get a notebook. 

There, that’s it. I just need to figure this little plot point out, and we’re golden. Write this down. Yes, yes. THAT. Good. I’m good. I can do this. Let’s just keep reading.

30 pages later…

I wrote the most annoying character ever. How did I expect someone to like her? Or HIM, for that matter. Can he be any more bland? And, what is this plot? It does not make sense? Is there even a plot here? What was I thinking?

I don’t know what to do, I don’t know what to do, I don’t know what to do.

HOW AM I SUPPOSED TO FIX THIS? 

::cries::

miércoles, 28 de agosto de 2013

Ni simple, ni que 8/4: Así de simple y otras complejidades, Diana Mayora

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Aquí les comparto la segunda de las reseñas, cuyo libro, Así de simple y otras complejidades, de Diana Mayora, fue presentado el Sábado 24 de agosto, en el marco de la Feria del libro.

Lo curioso de este título es que, solamente escribir el libro por el que hoy nos hemos reunido, es, tan, pero tan difícil, que el título es resulta ser algo así como un chiste personal. De Diana con ella misma, y con nosotros, los escritores, que podemos entender lo que significa. A ustedes, quizás, les parezca sencillo. Es que a ella le gusta, dicen algunos. Así que es solo cuestión sentarse y ahí, lo que salga. 

Ojalá fuera tan fácil, siempre le digo a esas personas. Ojalá.

Y, precisamente porque no lo es, y, a pesar de eso, estamos aquí, es que Diana se merece el primer aplauso de la noche. No, no es fácil. Es más, es condenadamente difícil. Créanme. Si van a alguna otra presentación y un autor se sienta en una silla como esta y pretende decirles que es fácil, pues les miente. Y, aunque cada noticia, invitación o correo que he recibido sobre este evento hace hincapié en los 17 años de Diana, no quiero que piensen que es más fácil a los 25, supongo que tampoco a los 40, ni a los 70. 

La edad de Diana, en el fondo, no importa. Y no importa porque el libro que escribió, ese del que vamos a hablar hoy, habla por sí solo. Para eso están los libros. Y si nos callamos un ratito y escuchamos lo que dice, nos dirá que no lo escribió alguien de 17 años. Llamémoslo madurez. Inspiración. Lo que sea. El punto es que el libro no debería ser juzgado por la edad de su autora. No estamos aquí para decir, ah, bueno, para alguien de 17 años, es un buen libro. No. Estamos aquí para decir, es un buen libro. Punto. Los calificativos sobran.

Cuando veo a Diana, ahí sentada, de alguna manera, me recuerda a mí, hace no tantos años, pero más de lo que parece, una niña, nueva en esto de escribir, metida de cabeza en un Diplomado en Creación Literaria donde todo el mundo era, al menos diez años mayor. Estoy aquí para reseñar un libro, sí, pero me perdonan si me tomo un momento para compartir con ustedes, pero más que nada, con Diana, las lecciones de esos tiempos. Y la primera, y más importante de ellas es esta:

Nadie tiene la verdad absoluta. 

Es cierto. Alguna gente tendrá razón, otras no, pero todo el mundo tratará de darte consejos. De que veas su punto de vista. De que estés de acuerdo con uno, o con otro. El mundo literario, en Panamá,  del que, esperamos todos lo que hemos leído tu libro, quieras seguir formando parte, es como un laberinto. El que escucha a todos, termina perdido. Así que, mi mejor consejo, y tampoco tienes que escuchar mi consejo, eh, eres libre de ignorarme a mí también, si esa es tu manera, pero mi consejo sigue siendo, no te preocupes por estar de acuerdo con este o con el otro, no, al menos que tú de verdad quieras estarlo. No aceptes la verdad ajena como si fuera propia. Busca la tuya.

Mi momento de sabiduría ha terminado. Ahora ya no vamos a hablar de Diana. Y no es que no haya mucho de lo que hablar, porque lo hay. Pero no estamos aquí por eso. Ahora estamos aquí para hablar del libro. 

A veces uno lee un libro y lo disfruta, sí, pero, cinco minutos después de cerrarlo no puede recordarse de nada de lo que le leyó. No es cuestión de que los cuentos tengan una moreleja ni nada por estilo, pero sí de que, de alguna manera, dejen algo en el lector. Puede ser una sensación. Un sonido. Un tic nervioso. A veces, hasta un presentimiento que te sigue por el resto del día. Es algo así como cuando escuchas una canción y, por alguna razón y otra, se te pega. Así son los buenos libros. Los buenos cuentos. Se quedan contigo.  

Hay cierta chispa en estos cuentos. Esa que te atrapa. Esa que hace falta para decir que un libro es bueno. Porque libros que se pueden leer sobran. Libros con chispa, esos son la minoría. Y, cuando se encuentra uno, pues, vale la pena sentarse aquí y hablar de él.

No voy a hablarles de los cuentos uno por uno, primero porque eso casi los arruinaría y segundo porque, no es necesario hacer una reseña pormenorizada para que sientan ustedes lo que sentí yo. Son, además, 34 cuentos, y si nos pusiéramos a hablar de cada uno, no le dejaría tiempo al Profesor Jaramillo para hablar, ni a Diana para que compartiera con ustedes alguno de esos cuentos, así que me voy a concentrar en un par, que fueron los que a mí más me gustaron. (Y esto es una vil cuestión de gustos, probablemente ustedes, cuando agarren el libro, disfruten más otros. Luego me contaran).

El primero que me viene a la mente es uno que, posiblemente les sorprenda. El cuento “Tal vez y a veces,” un cuentito de una página, pero que dice muchísimo. ¿Qué hacer cuando nada te parece real? Pregunta la autora, al principio del cuento. Excepto que no tiene una respuesta. No la tiene nadie. Y, por eso es que la pregunta, y el final, son la primera cosa que me acuerdo cada vez que veo la portada del libro.

Y, quizás, porque todavía me acuerdo lo que se siente, “Solo sé que nada sé” es otro de mis cuentos favoritos. No puedo decirles mucho sin arruinarles el cuento, pero les prometo que todos, absolutamente todos, en algún momento, hemos sentido lo que el personaje siente. Qué curioso, encontrar una de esas sensaciones universales, y que resulte nueva. Ahora, después de decirles esto, seguro que van por ese cuento primero.

Aunque quizás deberían comenzar es por “Versiones”, que es más vida que cuento. Es la vida hecho cuento, porque, así es, en todo hay dos versiones. El malo de la película seguramente no se ve como el malo de la película. Y no hablemos de lo que el malo pensara del bueno, ese tonto que solo hace arruinarle los planes. No pasamos suficiente tiempo pensando en los malos y resulta que, ellos, ellos también tienen una historia que contar. 

Y, porque les prometí no pasar hablando de cuento por cuento, terminare con decirles que, si están haciéndome algo de caso y apuntando en su lista mental los cuentos que les digo, prueben también “Ya no,” y se dejen llevar por la escritora, autora, esa que escribe y escribe y escribe. Quizás, porque es, es, es. Siempre he pensado que una cosa no puede separarse de la otra. 

Hay mucho aquí. Hay mucho talento. Hay muchas ganas. Hay muchos temas. Yo diría que hay algo para casi todos. Diana escribe para jóvenes, me dijeron, pero no es verdad, Diana escribe, y ya, quien lo lee, encontrará después su lugar en el libro. Su cuento favorito.

Diana escribe, además, con dejos de una escritora mucho más experimentada. Luego las cosas cambian, eh. A veces uno, después de un rato, busca capturar la frescura de cuando recién comenzó a escribir. Otras veces uno extraña la inocencia del no saber. La vida va pasando. Nos cambia los temas. Nos cambia la perspectiva. Luego vendrán otras historias y otras maneras de contarlas. Pero déjenme decirles, estas maneras de contar, estas, estas no son de principiante. No son las de siempre.

Me sorprendió, por ejemplo, la gran cantidad de cuentos contados en segunda persona. No es necesariamente una cosa que se aprende, digo, es mi opinión, luego podrá el Profesor Jaramillo contradecirme, pero, si les digo esto, es porque, a mí, en especial, siempre me ha gustado la segunda persona. Escribía en segunda persona antes de saber lo que significaba escribir en segunda persona, y tengo la impresión de que a Diana le pasa lo mismo.

Pero no es fácil, eh. No es fácil hablarle al lector de tú, y aun así, mantener un cuento. El lector no está ahí, pero es un interlocutor difícil. Contarle un cuento, de esos que quedan ahí, para leerse cuando quieran, eso es más sencillo.

No es la única cosa que veo en los cuentos de Diana, pero es la que más me llamó la atención, al menos, del punto de vista estético. Del punto de vista del escritor viendo como escribe otro escritor, buscando descifrar los trucos, entender la historia antes de tiempo. Me gustaría apagar ese lado a veces. No siempre puedo. A veces, sin embargo, a veces los cuentos te atrapan. Se te olvida ser crítico. Te vuelves lector.

Por momentos, eso me paso con Diana, y te digo, Diana, para mí, eso es una delicia. El leer a alguien y tener que parar en una frase y volver a leerla y decir, que buena frase….que buena frase. Ojala así fueran todos los libros. 

No diré mucho más. No quiero aburrirlos. He dicho mucho ya. El Profesor Jaramillo dirá otro poquito. Y Diana, pues, Diana tiene mucho que decir todavía. Le tocara hacerlo de nuevo, en otro libro. En este libro, ya no puede. Este ya está escrito. Dicen por ahí que una vez que el libro está escrito ya no te pertenece. Le pertenece a los lectores. Yo no estoy completamente de acuerdo con eso, pero me permito robarme esa frase y decirles a ustedes, lectores, que disfruten del regalo que les ha hecho Diana. Yo en verdad lo hice.

Muchas gracias.

lunes, 26 de agosto de 2013

Nostalgia de escuchar tu risa loca, Carlos Wynter Melo.

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Tuve la oportunidad, durante de la Feria del libro, de presentar tres libros maravillosos. Aquí les comparto la primera de las reseñas que hice, y cuyo libro, Nostalgia de escuchar tu risa loca, de Carlos Wynter Melo, fue presentado el Viernes 23 de agosto, en el marco de la Feria del libro. 

Voy a comenzar con una anécdota divertida. Hace menos de una semana, cuando ya había terminado de leer el libro, y de escribir estas palabras (bueno, lo admito, las palabras cambiaron algo después de esto que les voy a contar), me pasó lo que le pasa a mucha gente, en estos tiempos de las comunicaciones electrónicas. El internet me dio una lección.

O, Carlos, con la ayuda del internet, me dio una lección. Da igual. Resulta que, hace algunos días, Carlos hizo un post en Facebook, respecto a la novela, y, con el post, ponía un link de un video de YouTube, refiriéndose a la canción “Nostalgia de escuchar tu risa loca.”

Yo, la más desubicada de la historia, ni hice click en el link, sino que fui directo a contestar…” ¿Eso era una canción?” Resulta que, antes, había escrito unas palabras elogiando el título, que pensé original. Pero bueno, Google, mi amigo, me enseñó, rápidamente, la verdad. Ese día escuche alrededor de doce versiones de la canción.

Todo esto sirve, no solo para que se rían de mí, sino para comenzar diciéndoles que, Nostalgia de escuchar tu risa loca, es un libro con ritmo. No hay otra manera de ponerlo. No les arruino mucho si les cuento que Arcos, el personaje principal, y narrador de la novela, es miembro de la banda musical Son de Mar. No los escuchamos nunca, claro está, no solo porque, cuando comienza todo, Estelita, la solista del grupo, está partiendo a México para probar fortuna, sino porque, al final, esto es un libro, y los libros no hablan. Aunque a veces pareciera que sí.

No les voy a decir que este libro es la excepción. No, este libro tampoco habla. Pero a veces, parece que canta. O quizás nosotros nos volvemos la voz de Estelita Almengor, con Son de Mar de fondo, y eso es lo que resuena en mis oídos mientras voy leyendo, leyendo, leyendo.

Rodeada de tanta gente distinguida, y seguramente más capacitadas que yo, mi trabajo no es ponerme seria, ni habla de corrientes literarias, ni conexiones intertextuales, ni todas esas cosas. Eso se lo dejamos a los expertos. Mi trabajo es, simplemente, sentarme aquí y hablarles como lector, ese lector cercano a la novela, el que la agarra, la abre y sin darse cuenta se deja atrapar por sus personajes, se pierde en ella y se descubre a sí mismo, algunas páginas después, sumergido dentro de una ficción que ya casi no parece ficción, especialmente porque Arcos, Arcos se parece mucho a alguien que conozco. Y seguramente que conocen ustedes. 

Tampoco diré que es igual. Hay partes de Arcos en mucha gente, eso sí. Del Arcos ordenado, casi diría que quisquilloso. (Porque eso de fijarse que si su bigote cae perfectamente a ambos lados de su boca, o no, pues…bueno, ya se imaginan el tipo de persona). Excepto que él no es solo eso. Arcos es a la vez egoísta y dependiente, simple y complejo. Arcos es muchas cosas a la vez. En el fondo, así somos todos. Pero a veces es más difícil encontrar gente así en una novela.

Quizás por eso, a pesar de que Arcos es todo menos un héroe, para mí, Arcos es la mejor parte de la novela. Los buenos buenos son mega aburridos. Ni les cuento sobre los malos malos. Esos son aún peores. Son los personajes que te hacen decir, ah, sí, eso…eso es algo que diría/pensaría yo, o fulanito, o menganito, los que valen la pena. 

No es el único que salta de la página, aunque es el que mejor lo hace. Juanita Jones se queda con uno, porque Juanita Jones, como es, es bastante más Juanita Jones en las manos de Carlos Wynter de lo que sería en las manos de otro escritor, no diría con menos talento, pero si, con menos son.

Van a creer que es broma, pero no lo es. Cuando finalmente escuché la canción esa, la famosa, que por aquí escucharan luego, me di cuenta de que tiene cierto mérito haber hecho las cosas al revés. Mis compañeros de mesa quizás le encontraron el son a esta novela basados en la canción. Yo le encontré el son aun sin canción, y luego, quizás, gracias a la novela, se lo puse a la canción.

Todo es orden en Nostalgia de escuchar tu risa loca. Al principio, al menos. Todo es orden. Y luego ya no hay orden.  Y, ¿cómo reacciona alguien que es casi obsesivo-compulsivo a la falta de orden? Pues, de la única manera que puede.  Caóticamente. Perdiéndose un poco entre la realidad y la imaginación. Dejándose llevar por la virgen, por los juegos de luces y sombra, por el General Torrijos, así como lo oyen, el mismísimo, que no estaba muerto, andaba de parranda, excepto que ya se le acabo la parranda y, con un poco de suerte, ustedes, o yo …o Arcos, se lo encuentra en la calle.

Luego, después del orden, viene la nostalgia. La del título, la de la canción, la que permea esta historia. La de Arcos y Estelita (No Estela, nunca Estela). La de Arcos y Juanita. La de Arcos y Ana. Nostalgia, nostalgia, nostalgia. La que no les voy a contar, porque hay que sentirla, y la que creo que todo el que haya cogido el libro, o vaya a cogerlo (Y si no lo han hecho todavía, y este es mi momento vendedora, pueden adquirir aquí mismo afuera. Se los recomiendo. En serio. No lo digo solamente porque estoy sentada acá enfrente y lo tengo que decir), sentirá. 

No les resultara difícil. Hay novelas buenas, buenísimas, que como cuestan. Esta no. Esta te va echando un cuento. O, quizás, me equivoco. Quizás lo va cantando, al ritmo de una canción de Son de Mar de esas que nunca llegamos a escuchar. O, tal vez es (como diría la canción, y me perdonen que no canto, pero si canto, me hubieran agradecido que no cantara), no solo nostalgia de escuchar tu risa loca, sino también de sentir, como un fuego, tu respiración.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Feria Internacional del Libro en Panama, 2013.

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Llegó la Feria! Hasta cierto punto, la había estado esperando con ansias. Pero, por otro lado…esta es la época de la bancarrota anual, para comprar miles de libros que luego, para el año que viene (o sea, a día de hoy), todavía no he terminado de leer. Aun así, voy con una sonrisa, cada año. (Nunca se puede tener libros de más, o sí?) 

Este año, además, estaré hasta en la sopa.  (En serio, además de las actividades de abajo, me pueden encontrar pululando por el stand del INAC! El primero que llegue y me diga que me conoce por mi blog, se lleva un libro gratis). Hay muchas cosas que valen la pena ver, y, ojalá, me acompañen no solo en la Feria, sino, también, mientras las presento algunos de los nuevos libros que (y no lo digo solo porque los presento, eh), de verdad vale la pena leer.

Miércoles 21, de agosto
3:00 - 3:50 P.M
Los pueblos perdidos
Conversatorio
Participan: Mario García Hudson, Félix  Armando Quiroz Tejeira Y Aminta Núnez.
Maestra de ceremonias: Lissete E. Lanuza Sáenz

Viernes 23 de agosto
8:00 - 8:50 P.M
Nostalgia de escuchar tu risa loca
Novela, de Carlos Wynter Melo.
Presentan: Álvaro Valderas, Luis Pulido Ritter, Alberto Cabredo y Lissete E. Lanuza Sáenz

Sábado 24 de agosto
4:00 - 4:50 P.M
Así de simple y otras complejidades
Cuentos, de Diana Mayora.
Presentan: Enrique Jaramillo Levi y Lissete E. Lanuza Sáenz 

8:00 -8:50 P.M
La puerta transparente
Cuentos, de Leocadio Padilla.  
Presentan: Lissete E. Lanuza Sáenz


Entonces ...nos vemos allá?
 
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