miércoles, 31 de diciembre de 2014

15 cosas que cambiar para el 2015…

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Todos los años hacemos Resoluciones. Este año decidí escribir otra lista de cosas (que al final es lo mismo, pero quizás tenga más posibilidades de cumplir). Estas son, si quieren llamarlo así, mis resoluciones interiores, las cosas que cambiar para adentro, para conmigo misma, para, ser, quizás, un poquito más feliz. Se las comparto porque quizás les sirvan. Quizás nos sirvan a todos.

No voy a compararme con los demás. No importa si ella es más bonita, o si la ropa le queda mejor, o si él es mucho más divertido o ella mucho más inteligente. Yo soy yo. Y eso será suficiente.

En ese mismo orden de ideas, voy a comenzar a poner en mute las voces en mi cabeza. Las que me dicen que no puedo. O que no soy suficientementebonitaoflacaoquemicabellosevehorribleoqueesospantalonessemevenmuypegadososoymuytontaetc.

Dejaré de tomar decisiones basadas en lo que pienso que debería hacer y comenzaré a tomar decisiones basadas en lo que QUIERO hacer.

Dejaré de sufrir a esa amiga toxica que no vale la pena. (Todas tenemos una). Su vida es SU problema, no el mío.

Aprenderé a decir que NO.

Haré tiempo para la gente que me importa. Porque mañana, el otro fin de semana, el otro mes, y el otro año son excusas baratas.

Daré las gracias por lo que tengo dos veces por cada vez que me queje sobre lo que no tengo.

No esperaré a que alguien tenga tiempo de acompañarme para hacer las cosas que quiero hacer.

Me perdonaré los errores. Todo el mundo los comete. Es más fácil perdonar a los demás por ellos, pero no debería ser así. Después de todo, yo debería quererme más a mí que a otros, ¿no?

Haré las cosas que me gustan, todo el tiempo que pueda. Porque la vida es corta. Cortísima. No es chiste. Se acaba de un día a otro.

Adiós, 2014. No fuiste un buen año. No te voy a extrañar. ¡Qué bueno que vienes, 2015! No pueden más que venir cosas mejores. No hay remedio. 

lunes, 29 de diciembre de 2014

My favorite books of the year

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Sometime choosing a favorite book is like I suppose choosing a favorite kid would be. (And yet I don’t have kids, and I’m perfectly capable of choosing a favorite book, so maybe it isn’t like that). I read exactly 100 books this year, because that was my goal, and I’m big on goals and things like that (though I do have a few days to go so, who knows, maybe the round number will go up). Here are my Top 5 books of the year, and I swear, the order was harder than it was to wilt down the list to five.

South of the Border, West of the Sun, Haruki Murakami. The kind of love I have for Murakami defies explanations, so part of me thinks I shouldn’t even try, but I persevere, mostly to say that everyone should read him. There is something there for everyone. Most people I know who love Murakami have found something different to love about him. The language. The hidden messages. The subtleties. The directness. The evasiveness. I contradict myself, I know. That’s what Murakami does. That’s what he makes us do.   




This Is How You Lose Her, Junot Diaz. I discovered this author by chance, and if you discover him because of this list, then I will have done you some good. Come back and tell me so, if you can. I have gone on to read another one of his books and to purchase one of his novels, which I have just started reading and I can unequivocally say I haven’t enjoyed a new (FOR ME) author as much as him in years. Sometimes I don’t like his characters. Most times, in fact. That’s probably what makes him such a great writer. Because those characters you don’t like, they’re real people. You recognize them. You know them. That’s precisely why you don’t like them.


Gone Girl, Gillian Flynn. With all the hype surrounding this book, you’d think I would have read it before. But not, I’m contrary like this. I refused. I caved in just before the movie came out, mostly because I like to know things before I go see movies, and boy, am I glad I did. Reading the book is always a completely different experience than seeing a movie, and I’m glad I got all the twists and turns and the WTF and SERIOUSLY and, ARE YOU KIDDING ME’s are out of the way while reading a book. And whether I’m in the minority or not, as far as I’m concerned …the ending? Brilliant stuff.

Fear and Trembling, Amélie Nothomb. I love the title in Spanish much more, and I read the book in Spanish, but since we’re writing this in English, writing the title in Spanish did not make much sense. I contemplated leaving this book out of the list, since it seemed a little out of place, but the book has earned its spot. The author has earned its spot. There’s a certain sense of being out-of-place in the novel as well, that I could relate to. I guess, now that I think about it, we can all relate to it, one way or another.

Love Letters to the Dead, Ava Dellaria. I’m still not quite sure if this is a brilliant book or I read it in a sensitive time and it spoke to me, but the fact remains that it not only spoke to me it screamed, LOUDLY. And, what else do we ask of literature if not that?








                                          And, that’s me? What have you got? 

jueves, 18 de diciembre de 2014

El 20 de diciembre de 1989, yo estaba….

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*el después

Esta es la historia que no contamos. O que contamos por pedazos. La que no conocemos. Quizás es la historia que tememos. No se me ocurre otra razón para el velo de silencio que ha cubierto el tema durante los últimos veinticinco años.

Hay recuerdos, claro. Los de nuestros padres, más que nada. Hay uno que otro libro, la ficción tratando de poner en palabras lo que no tiene nombre. Hay un Informe de la Comisión de la Verdad, más un resumen de atrocidades de veinte años que una historia de cómo terminó todo. Hay documentales, varios, más conocidos en Estados Unidos que aquí (irónico, ¿no?).Hay poco, casi nada. Y hay gente como yo, con recuerdos fragmentados, con un rompecabezas que por más que intentemos nunca coge forma.

A los cinco años se procesa poco. Las memorias comienzan un poco antes, dicen los expertos, pero yo creo que mienten, porque de esos días yo recuerdo solamente esto:
    1. No tuve graduación de Kinder. Probablemente la graduación era el 20, o el 19, y fue cancelada por razones obvias. Tampoco me devolvieron las manualidades que dejé en mi puesto ese último día. (El tiempo me ha hecho entender que las manualidades no son lo mío, así que seguramente no fue una gran pérdida, pero aun así, al año siguiente, al regresar a la escuela, estaba convencida de que estarían ahí, esperándome. No estaban)
    2. El color blanco. Curioso como un color viene a definir un recuerdo, como una niña de cinco puede procesar que había mucha gente vestida de blanco en las calles, sin que eso signifique nada, no entonces.
     3. Las imágenes de los saqueos desde la televisión, así como quien ve una película que no tiene ninguna relación con la realidad, no las imágenes del Chorillo ardiendo, ni de soldados, ni mucho menos de tanques, no, lo que recuerdo es la gente intentando arrastrar refrigeradoras, televisores, estufas.
    4. Una bala perdida en la cuna de mi hermana. Nunca supe como llegó ahí, quizás mis papas si y nunca me dijeron. Solo recuerdo el hecho en sí, la bala, la bebé que no estaba en su cuna en ese momento, y lo raro y a la vez normal que era todo.

Eso es todo. No hay más. He pasado muchos años buscando en los recovecos de mi memoria. No sé mucho más. He buscado, créanme. He intentado. Estoy llena de facts, y sin embargo, todavía siento que me faltan miles de historias por escuchar.

Se acerca de nuevo el 20 de diciembre, y ya son 25 años. Muchos años. Demasiados, si me preguntan a mí. Demasiados para mi generación, y ni hablemos de la generación de mi hermana. Muchos años de no saber, de no entender, de esperar una historia que no llega, no completa.

La #memoriadetodos no basta, no mientras la #memoriadetodos sea una cosa que resucitamos cada año durante estas fechas, una cosa personal, una cosa privada. Ya ha pasado suficiente tiempo.  Hagamos que la memoria de todos sea, en verdad, una cosa compartida. Hagamos patria contando una historia que hace mucho, mucho tiempo debió ser contada. Contémosla de verdad, con ganas. Escribamos, cantemos, pintemos, hagamos arte. Descubrámonos de nuevo en la verdad que por tanto tiempo hemos callado. Hay gente que dice que el arte no cura las heridas. Ay, qué triste la vida de esa gente. ¡Qué triste!

martes, 9 de diciembre de 2014

El Miró 2014, los Premios desiertos y el difícil trabajo de ser jurado

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Este el tema de nunca acabar. En serio. De NUNCA acabar. Todo el mundo tiene una opinión, algunas controversiales, otras un poco menos.  Hubiera pensado que la consecuencia normal del fallo de la Sección CUENTO en el Concurso Ricardo Miró 2014 hubiera sido una amplia discusión sobre el tema. Pero eso no ha sucedido. Con respeto a todos los involucrados, esto ya va siendo más algo así como un concurso de pataletas. Y ese es el problema. Podemos estar en desacuerdo. Es más, es hasta sano que lo estemos. Pero que las diferencias de opinión sirvan para algo. Que sirvan para mejorar. Para crecer.

Como de opiniones vamos, esta es la mía: No está mal que el concurso se haya declarado desierto. Los concursos son, hasta cierto punto, una ruleta rusa. Todos los entendemos. Una cosa es calidad literaria y otra es gustos, y las dos cosas influyen al momento de que cada jurado tome su decisión. Este año los tres jurados coincidieron en que para SU criterio y SUS gustos, no había un claro ganador.

Repito, su criterio, y sus gustos. Quizás otro jurado hubiera decidido diferente. Tal vez haya gente que piense que no es justo. Pero es que estos son los jurados que tocaron en el 2014. Este es su criterio. Si no respetamos el criterio de esos jurados, como podemos respetar el de los jurados del año anterior, o el de los jurados que hace unos años premiaron a Neco Endara, o el de los jurados del próximo año y el que sigue, y el que sigue.

Para mí, por ahí va la cosa, por una cuestión de respeto, puro y simple. A mi hay escritores panameños muy buenos, muy reconocidos, con gran trayectoria, que simplemente no me gustan. No me mueven. Puedo leer sus escritores, reconocer la técnica, saber que tengo mucho que aprender de ellos y, al mismo tiempo, no disfrutarlos. Hay otros que adoro por encima de todas las cosas. Así es la vida. Por eso somos diferentes. Que aburrido seria si nos gustara lo mismo.

Los jurados son personas (LO SON, LO JURO). A veces, a nuestro parecer, se equivocan. Pero sus equivocaciones, o no, sus gustos, sus criterios, nada tienen que ver con la discusión real que debería estar ocurriendo en este momento.

Discutamos que hace falta en la cuentística panameña, que temas requieren más profundidad, que técnicas se usan muy poco, quienes son los maestros a seguir. Leamos a los extranjeros, no porque no seamos lo suficientemente buenos, sino porque hay cosas que aprender de todos lados, y el día que dejemos de ver esta realidad es el día en que realmente nos quedaremos estancados.

Que el fallo sirva de algo, compañeros escritores (dicho con voz de dirigente estudiantil). Que sirva para aumentar las ansias, no de ganar, sino de escribir una obra que valga la pena ser mencionada a lado de la de Chuchu Martínez, Rogelio Sinan y Ernesto Endara. No nos quedemos atrás. Camino siempre hay.

*(Agrego la foto de los ganadores este año porque mi Isa se ve tan linda y me dan ganas de abrazarla, y este es mi blog y si quiero echarle flores a mis amigas lo hago, pues  :)

martes, 25 de noviembre de 2014

Día Internacional de la No-violencia contra la Mujer

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Me pregunto que se dice un día como hoy. ¿Cómo comienzas la conversación? ¿Cuál es la frase de rigor?  ¿Feliz día Internacional de la No-violencia contra la Mujer? Un poco larga la frase, por no decir un tanto absurda. Y ¿a quién se supone que debo felicitar? ¿A las mujeres por sobrevivir? ¿A los hombres no violentos? ¿A la sociedad que avanza a pasos agigantados y a pesar de eso todavía necesita de un día como este?

No. Creo que no hay que felicitar a nadie. Así no comienza el diálogo.

Tal vez comienza así: Yo soy mujer, y hoy me doy cuenta de lo afortunada que soy. Nunca he sido violada ni he sufrido ningún tipo de violencia física por el hecho de serlo. Como toda mujer, sin embargo, he hecho el mismo trabajo que un hombre por mucho menos sueldo. Me han hecho sentir incomoda, insegura y preocupada. He caminado hacia mi carro de noche mirando hacia todos lados con las llaves en la mano, por si acaso necesito usarlas como arma.

He tenido que aguantar “cumplidos” al caminar por la calle. He aprendido que es mejor alejarse que decir que no. He sentido miedo.

Aun así, yo soy de las dichosas. El miedo a algo que puede pasarte es infinitamente mejor que el miedo a algo que ocurre todos los días. (En India, en Afganistán, en Siria, en Honduras, en todos lados)

Repito. No hay que felicitar a nadie el día de hoy. (No es un día de esos). Ni siquiera vale felicitarnos a nosotros mismos por lo mucho que hemos avanzado. (No hemos avanzado lo suficiente). Hoy, simplemente, nos toca abrir los ojos. Mirar. Entender, quizás. No el feminismo. No las muchas razones que tienen las mujeres para sentirse oprimidas, asustadas, menospreciadas. No. Esa es la discusión de todos los días. Esa es la pelea de igualdad. Esa sigue viva, pero no es la de hoy. La de hoy es por aquellas mujeres que no pelean simplemente por ser iguales, que no pelean por una educación, que no pelean por una voz, sino que pelean por sus vidas.

Suena absurdo que todavía se necesite un día como hoy. Pero así somos. Aquí estamos. Tal vez (sueño maravilloso) en quince, veinte, cuarenta años esta fecha resulte absurda. Ojalá sea así.  Ojalá me toque verlo. Mientras tanto, no me queda más que decirlo en alto. Gritar. Por las hermanas Mirabal. Por aquella mujer en India, y la otra, y aquella en Afganistán, y en Honduras, y en muchos otros lugares. Por ellas, y por todas nosotras.   


viernes, 7 de noviembre de 2014

Hogwarts will always be there (to welcome you home)

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Funny how I always seem to come back to Harry Potter. I think it’s because I found myself as a reader AND as a writer thanks to Harry, or, should I say, thanks to J.K Rowling. As a reader, because there was a lot of time in between books for conjectures and for discussing hidden clues and author intent, and as a writer, because, thanks to the HP fandom and the people I met while I was part of it (it feels like a long time ago, in a galaxy far, far away), I was first introduced to the wonderful notion that hey, maybe I COULD do this. Maybe it was possible.

It’s been a long time. I’ve grown up (mostly). I’ve written (a whole lot). I’ve lost contact with most of the people I discussed the Harry/Ginny dynamic with (though, thankfully, not all of them. The important ones remain). And yet, walking into Diagon Alley, and then, later, into Hogsmeade, in a recent trip to Universal, I felt fifteen again, reading Harry Potter for the first time. I remembered midnight lines, dressing up and meeting up people I’d only talked to online to go wait on more lines and see a movie. I remembered the magic, and the awe, and that final chapter, the culmination of ten years of writing for an author, and of waiting, for its fans. And once again, I thought, let me write something like this. Something this wonderful, and complex, and …life-changing.

Perhaps I never will. Maybe I’m asking too much of the universe. Harry Potter has already given me more than one person should ask for. But more than all those things I’ve mentioned above, it’s given me lessons. Life lessons, yes, but also writing lessons. Plan ahead. Don’t yield to other people’s opinions, also. These are your characters, and no one knows them better than you. Take as much time as the story needs. And, above all those keep writing, even when you are at your lowest, even when things look bad, even when there’s nothing to be gained by it. Keep writing because that’s who you are. It’s what you do.

You write.              
                                                                                                                   
And, if you’re like me, you also plan a return trip to Hogwarts, this time, with those people who’d appreciate it just as much. Lessons are fun, and exploring is also fun, but there’s nothing quite like geeking out with people who understand what every little thing means, and how hard it was to get to that point.

So, Hogwarts next year? The butterbeer is on me. 

jueves, 23 de octubre de 2014

Los #escritorespanameños somos una mafia

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Ser escritor en Panamá es una cosa curiosa. Supongo que es lo mismo en todos lados, pero como mi experiencia está limitada a un año en Barcelona donde pasé más tiempo buscando inspiración que siendo parte de una comunidad y mis años de disque escritora seria acá en Panamá, no puedo más que opinar de lo que somos aquí, en este pueblo chico, infierno grande.

¿Qué somos? Somos una mafia. Eso, sin más. No en el sentido criminal, ni tampoco en el sentido siciliano (aunque si tuviera que escoger otra nacionalidad, italiano estaría más que bien), sino, como bien dice la RAE:

3. f. Grupo organizado que trata de defender sus intereses. La mafia del teatro
La mafia de la literatura panameña, entonces. Suena feo, elitista y hasta ridículo, pero no lo es. Al menos no del todo. La mafia acepta nuevos integrantes. La mafia subsiste porque hay nuevos integrantes. Pero la mafia se mantiene, también, porque a pesar de ser abierta, de alguna forma separa a los nuevos integrantes de los jefes de la “familia”.
Mi conocimiento sobre la mafia está limitado a haber visto 24 veces las películas de El Padrino, además de haber leído el libro. (Porque el libro siempre es mejor), pero a que no les suena lo que les digo? ¿No? ¿En serio no? Puede ser que si no les suene sea porque a) No son escritores. b) No son panameños. c) Han tenido la suerte de encontrar su camino hacia dentro de la mafia ganando un concurso, tomando un Diplomado en Creación Literaria y/o siendo familia/amigo de alguien que ya pertenecía a la mafia.
Si no están en ninguno de esas tres categorías, seguro nos entendemos. Mafia. Sí. MAFIA. No una mafia mala, pero una mafia cerrada. Protectora del status quo. Las mismas caras de siempre. Las mismas figuras.
Todo esto lleva a que tengamos una mala impresión de todo el asunto, de los premios, de los #escritorespanameños, y a veces, hasta del oficio de escribir. Que pensemos que todo el mundo escribe como ese escritor que nos mandaron a leer en la escuela y que todos odiamos, que nadie está interesado en ayudar al otro a mejorar, y que es más fácil escribir que ser, propiamente, un escritor panameño.
A veces es cierto. Muchas veces, sin embargo, no lo es. La literatura te da más de lo que te quita. Te da maestros, modelos. (A veces quiero regresar a cuando era poco más de una niña y daba clases con Ariel Barría. O a los talleres en Exedra con Carlos Wynter. O, mucho más atrás, a cuando Enrique Jaramillo Levi me regresó mi primer cuento todo marcado de rojo.) Te da amigos de por vida. (Esos que se ponen triste contigo, y con los que tú te pones feliz). También te da golpes. No es fácil, ser escritor. Ni aquí, ni en ningún lado, supongo. Somos (y me incluyo), una comunidad cerrada. A veces faltan espacios. Casi siempre falta critica. Pero hay gente que ama este oficio. Hay gente que ama las letras. Hay gente que tiene empeño, ganas, fuerzas. Quizás no se ve desde afuera, pienso, cada vez que voy a un taller y escucho las quejas de los jóvenes sobre lo aburridos, cerrados y grises (GRISES, me dijo un niño, GRISES), que son los escritores panameños. A lo mejor somos tan cerrados que damos una mala impresión, concluyo cuando me escribe alguien de otro país hablando de la fama de los escritores panameños. Tal vez necesitamos un cambio.
La aceptación es el primer paso, ¿no?   

miércoles, 24 de septiembre de 2014

My favorite banned books

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by @jesspetrella

There’s a certain magic in being told you can’t do something.  If teachers (and parents) could only understand that the word makes you want to do it even more, then they probably would dispense with the notion. But, even after all these years, we keep telling people not to do stuff. Not to think stuff. Not to read stuff.

Now, this is not meant to be a deep and philosophical post, so let’s just focus on the books you are, apparently, not supposed to read.

I was introduced to the idea of you can’t read books very, very late in life, for my parents never even mentioned it. I read Lolita, for example, at an age when I’m not wholly sure it was appropriate and if Saramago and Dan Brown thought they could surprise me with their theories on Jesus and/or the church, then they don’t know the kind of things I found in the library at home. Point is, I didn’t know, as I do know, that the moral police was out there, ready to tell you what you can and cannot read (possibly to try to influence what you can or cannot think).

Most of the so-called banned books are not banned now, though I’m sure there are many people who still consider them books to avoid. (The dangerous ideas you might GET from them, oh no …). And so, in honor of those people, I now present a LIST of my absolute favorite banned books I learned many dangerous things from them, indeed. How to think for myself. What freedom meant. The importance of speaking up.  

Just imagine what would happen if all kids read them.

(In no particular order)

1. The Great Gatsby. I always wanted to write this book. Not to write like Fitzgerald, I wanted to wake up having already written this wonderful book about not so great characters  who are, nevertheless, as real as they come.
2. Nineteen-eighty-four. How to explain fear if you can’t quote 1984? How to talk about dystopias? How to understand totalitarianism?
3.  Gone with the Wind. Scarlett O’Hara showed me woman can be strong. Against all odds. Even when it seems impossible.
4. Fahrenheit 451. Ironic, a book about banning books ends up banned because, well, it shows us that banning books doesn’t work. I love my ironies.
5.  Uncle Tom’s Cabin. History, and the best way to learn it. The best way to find an interested audience. Oh, Uncle Tom, how much you showed me.

How much they all showed me. Those on the list. Those new books who are not on any list but that people insist should be. There are many lessons to be learned from books, banned or otherwise, but the most important one, perhaps, is to make up your own mind. About what to read. And, also, about what to think, and what to do. 

jueves, 11 de septiembre de 2014

Dr. Seuss, Magic and the ghost of bad days…

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I was looking up some children’s books today, and though few things have made me feel better in the past few weeks, somehow, those books did the trick. Maybe it’s because lately I’ve been dreaming about going back to more innocent times. Maybe it’s because they’re simple. Straightforward. Perhaps they remind me of my dad, of easier times, of being happy.

Or maybe it’s that there’s magic in there. Real, undeniable magic. The kind you feel even though it makes no sense, the kind that lifts your spirits, brings a smile to your face. The magic of belief, of possibility, of hope. The magic of dreams.

Big words for simple books.

As kids, those are the things we learn. As adults, though, isn’t it true that, from time to time, we need a reminder of those lessons we learned when we were little? As toddlers we learn to dream and hope, and yet, sometimes, when we grow up, we lose sight of that. We lose sight of a great many thing.

I grew up surrounded by books, and yet I don’t remember reading most of the stereotypical children’s books till I was older. If I’m to be honest, I grew up surrounded by mostly age-inappropriate books, because my parents believed reading was good, and most things could/should be explained if kids were curious enough to ask.

There were a lot of questions.

Dr. Seuss might not seem like the most suitable reading for my age-group, but today, it brought a smile to my face. Considering how hard that’s been lately, and how today feels like an ominous day no matter where you happen to live, it was just what the doctor ordered. So, yes, it’s September 11th, and thirteen years ago, bad things happened. And they keep happening. Every day. Some are violent, some are cruel, and some are public, but others are private. They don’t hurt any less because of a lack of publicity, though. We all have our secret sorrows. 

Sometimes the questions are complicated, and the answers are simple, Dr. Seuss said. But maybe that’s not the quote we should remember. Perhaps it all comes down to this:

“You have brains in your head. You have feet in your shoes. You can steer yourself any direction you choose. You're on your own. And you know what you know. And YOU are the one who'll decide where to go...” 

lunes, 1 de septiembre de 2014

#YOEscribo

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Tallererar: Acción de realizar talleres.  Revisar, revisar y revisar, comúnmente, en grupo. Forma de  edición conjunta que normalmente conlleva la lectura en voz alta con todos los participantes aportando sus opiniones sobre el texto.

(¿Quién dijo que la palabra no existía?)

La primera vez que asistí a un taller, como participante, nos poníamos en círculo. (Dinámica algo intimidante, ya que no hay como esconderse). Luego alrededor de una mesa. (Éramos menos) Esta vez, cuando me tocó a mi dar el taller (curiosamente, esto da aun MAS miedo), estaban todos sentados frente a mí, como en escuelita.

Duró poco la cosa. (Nunca he sido fanática del orden, quizás es la parte de mí que todavía es una adolescente)

Cuando comenzamos a planear los talleres, la consigna era, con que haya un estudiante interesado, ya habremos ganado algo. (¿Hay algo peor que no esperar algo de alguien?) Esto de escribir, leer, contar, usar la imaginación, es una cosa que atrae a algunos, me dijeron. (Mentira, mentira, mentira). No todo el mundo se involucrará con la dinámica. (Mentira, mentira, MENTIRA). Hay que aprender a aceptar.

(No, no, no)

Aquí están las pruebas. Mis pruebas. Seguro hay más, de más talleres, de una Feria que se llenó como nunca (tanto que no se podía caminar, ni comprar, y eso es bueno, bueno, bueno).






 


Y, créanme, no importa lo que hayan escuchado, los jóvenes si quieren. Si están interesados. Si tienen ideas. Si se les puede llegar. No es imposible. No nos rindamos antes de tiempo. Ya les digo yo, y aquí están mis pruebas. Hay muchas historias en Panamá. Y hay gente para contarlas. Y también, gente para leerlas.

lunes, 11 de agosto de 2014

Lunes de cuento: Mangos

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Es mayo y en mi casa huele a mangos. Mi abuela los prefiere verdes, en una ensalada de esas que casi no se pueden comer, pero con la que sueñas en las tardes de noviembre. A mi mamá le gustan maduros, entre rojo y ese anaranjado que no nos queda más que decir que es color mango, porque no hay otra palabra para describirlo. A mí siempre me gustaron “pintones”, como diría mi abuelo, que al fin y al cabo, es el que siempre nos los trae.
Pasé mucho tiempo extrañándolos. Un día, a finales de abril, me dirigí al Mercat de la Boqueria, dispuesta a darme un lujo. Pero el gusto costaba cuatro euros. ¡Cuatro euros por un mango! ¿Se lo imaginan? Con lo que cuestan los mangos en Panamá. Me dio tanto asco solo de pensarlo que tuve que irme sin él.  Con cuatro euros se compran bastantes cosas.
Me comí un melocotón eso sí, para no irme sin una condenada fruta, y me resigné a añadir una cosa más a mi lista de todo lo que me hacía falta. Al fin y al cabo, no lo extrañaría por mucho tiempo. Ya estaba llegando la hora de ir a casa.
Excepto que la vida no es siempre como uno la planea. A veces pasan cosas malas, que te obligan a revalorar. Otras pasan cosas buenas, que te hacen dar gracias a Dios. La combinación de estas a veces te mantiene lejos de casa.
Regresé el próximo abril, dispuesta a comprarme el mango de cuatro euros y sentirme nuevamente en casa, sentada bajo el palo aquel, en la finca de mi abuelo. Comiendo uno, dos, cinco, siete, tantos como quisiera. Él me los daba ya pelados.
Esta vez no había mangos. Ni uno solo, por más que yo estuviera dispuesta a pagar un ojo de la cara por ellos. Se quedaron solamente en mis ansias, en mis remembranzas de aquel lugar que llamamos hogar.
Planeé regresar tantas veces. Intenté hacerlo. Pero acá tenía una mejor vida. ¿Para qué dejarla? Y si a veces la nostalgia era tanta que me daba por llorar, pues, eso era normal. ¿Cómo no iba a extrañar?
Luego te fuiste tú. Te marchaste. Y yo ya no regresé más. No tenía ganas. Mi casa dejó de existir. Formé un hogar, primero, en un cuartito con miles de fotos, y luego en un apartamento ultra-modernista que seguramente tú hubieras odiado. Con un novio flaco y alto que corría maratones y con el que nunca me casaría, porque ya no creía en eso, ya no creía en nada.
Nunca volví al Mercat de la Boqueria, porque me recordaba que nunca podría volver a pisar mi casa, no aquella que dejé, pero en mis recuerdos, es siempre mayo, tú me abrazas y huele a mangos. 

viernes, 18 de julio de 2014

El tiempo mata mientras cura las heridas

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A veces abro los ojos y no me acuerdo que ahora vivo en un mundo sin ti, papito. Eso es lo peor. Ese momento donde la luz del sol te pega y no tienes problemas ni preocupaciones porque el día apenas está comenzando. No dura mucho, claro está. La memoria es una carga y una bendición. Luego me siento culpable por ese breve momento de paz, aunque estoy segura que tú no me lo reprocharías.

La mayor parte del tiempo estas cada vez que hago una pausa. A veces cuando no las hago. Quiero imaginarte sonriendo, pero no lo logró. Te veo en el hospital, con los ojos cerrados. Siempre. Ahí. No quiero recordarte así. Pero tengo miedo. Si se va esa imagen, ¿se llevará consigo todas las demás? Podre todavía verte sentado frente a la televisión hasta el último momento, aunque los Dolphins fueran perdiendo por treinta puntos. ¿Podré verte cantando una canción de esas que yo siempre decía eran de viejo? O, ¿será que cuando te vayas, te vas por completo?

Es un miedo tonto, dice mi cerebro. También lo dice la gente que pretende consolarme. Lo dice el sentido común, los libros, las canciones. Pero el miedo es más fuerte. Ayer me tomó tres horas recordar tu risa. ¿Si lo intento hoy, me tomara cuatro? ¿Cinco? ¿Podré?

Tenerle miedo a la muerte es normal. Común, diríamos. Pero, ¿sabes que me da más miedo que la muerte, papito? El olvido. No se me ocurre nada peor que olvidarte, que encontrarme en un día donde, al poner mi cabeza en la almohada me doy cuenta que no he pensado ni un segundo en ti. No me dejes llegar allá, papito. Te lo pido. Aunque creas que es lo mejor. Aunque intentes que estemos bien. Bien ya no existe. Bien es un imposible. Y no puedo imaginarme mejor si tu no estas, aunque sea en mi cabeza y en mi corazón.

Por eso hoy me acuerdo. Me acuerdo de cuando te aparecías por detrás, así, suavecito, y asustabas a todo el mundo. Y de cuando me despertabas para ver si estaba durmiendo. Que rabia me daba. O la vez que me despertaste para preguntarme el final de Harry Potter. Qué bueno que te lo conté, papi. Qué bueno que esas cosas todavía están conmigo. Aunque ahora solo sean recuerdos. Aunque ya no haya más.

Nada va a ser lo mismo. Nunca más. Pero todavía se puede vivir (creo). Si lo intento, es porque se lo que dirías. Lo imagino. No sé si con tu voz exacta, pero casi que puedo escuchar las palabras. Y, si, papito. Yo también te quiero. Y lo intentaré. Lo prometo. 

lunes, 7 de julio de 2014

Papá, papito, papi...

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Hay más palabras. Hay muchas. Todas. Estas son las de ahora. Te quiero, papi. Ojalá desde donde estés, me puedas leer. 



Buenas tardes. Comienzo dando las gracias a todos, por estar aquí, por el cariño que hemos recibido, por parte de la familia, los amigos y la comunidad de Bolos, no solo de Panamá, sino de muchos otros países donde mi papá hizo amigos, pasó tiempo, y dejó un poquito de él.

Mi papá solía decir que yo era la mujer de las palabras. Y es cierto. Las palabras siempre han sido lo mío. Pero en estos días las palabras me han fallado. Es curioso como algo que yo siempre pensé estaría ahí siempre se desvanece en un instante.

A pesar de eso,  voy a intentar pararme aquí a hablarles de él. Solo por un momento. Las palabras todavía no me han regresado completamente y, en instantes como estos, sobran.

Mi papá era amor. No porque daba amor, aunque si lo daba, no porque enseñaba amor, aunque eso también lo hacía. No, mi papá era amor. No solo con nosotras, sino con todos los que tuvieron la dicha de conocerlo. Si alguien alguna vez le pedía algo, mi papá se salía del camino por hacerlo. Si alguien le preguntaba algo y él no lo sabía, mi papá lo averiguaba. Cuando estaba chiquita mi papá y yo jugábamos un juego. Creo que le tocó también a Giz. Hasta a mi mamá cuando hacíamos viajes largos. Yo lo llamaba el juego de los useless facts. Ganaba el que averiguaba un fact que el otro no sabía. Yo casi nunca ganaba. En verdad, casi nadie ganaba más que él. Mi papá lo sabía todo. Pero en serio. Jugar Trivial Pursuit con él era una experiencia temible. Muchos años después me di cuenta de que yo si ganaba. Yo aprendía.

Él ya no está, pero nosotras somos mi papá. Somos fútbol americano, somos Argentina, somos golf, somos juegos de mesa. Somos Piero. Serrat. Somos lo que él nos enseñó, lo que a él le gustaba. Somos mi papá.

Como papá lo compartí con Giselle, como hombre que enseñaba, que daba consejos, lo compartí con el mundo. Mi mamá, sin embargo, lo tuvo todo para ella. Hace poco me contó esta historia. Un día, saliendo de un examen, en la universidad, de esos donde uno casi que sabe que le fue fatal, ella le pidió a mí papa algo. Dime algo, Eric. Mi papá seguramente no tenía mucho que decir para consolarla. (Conociéndolo seguramente sabia cuales habían sido cada una de las respuestas que había tenido mala. Él era así). Pero si tenía una poesía para mi mamá. Se imaginan…una poesía.  

Hoy la tierra y los cielos me sonríen,
Hoy llega al fondo de mi alma el sol,
Hoy la he visto…, la he visto y me ha mirado…,
Hoy creo en Dios!

Sin esa poesía quizás no hubiéramos nacido Giselle y yo. 

Es lo que decía antes. Amor. A mi papá le sobraba. Nunca fue egoísta con eso. Nunca fue egoísta con nada. Quizás por eso tenía tanta gente que lo quería. Mucha más, creo, de lo que él se pudo imaginar. Ojala pudieras ver esta gente aquí reunida hoy, papito. Ojalá pudieras darte cuenta de a cuanta gente tocaste, de cuanta gente aprendió de ti, de cuanta gente te llevará con ellos, cada día, a cada paso.

Y ojalá yo pueda en mi vida, en mi trabajo, en lo que escribo, pienso y soy derrochar la cantidad de amor que prodigabas tú, papi. Ojalá haya aprendido algo. Yo creo que sí. Pero como tú dirías,  ahora hay que probarlo.

Termino con esto: Cuando me fui a Barcelona mi papá me hizo prometerle que iba a tener cuidado antes de montarme al metro, que no iba a caminar sola por la ciudad de noche y que iba a ir a ver mucho fútbol. Todas las promesas aún valen. Hace rato que no había pensado en ellas. Pero no son las palabras en específico lo que importa. Es la idea. Cuídate, quería decir mi papá. Cuídate y pásala bien. Y eso haré. Todas lo haremos. Porque, al final, eso es lo que es el amor, ¿no? Mantener las promesas pase lo que pase. 

                                                                                                   -Panamá, 4 de julio de 2014
 
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