lunes, 25 de junio de 2012

Todo menos perder el glamour…

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Cuando llego en la mañana me recibe un coro de “¡Que bellos tus zapatos!” y “¿Dónde los compraste?”. No puedo evitar la sonrisa, aunque caminar con ellos sea algo incomodo. Se ven divinos, y eso es suficiente. 

Mis dudas comienzan al mediodía. Tengo hambre. Considero todas las opciones que no impliquen caminar. McDonald’s. KFC. Pizza Hut. Pero las resoluciones de año nuevo me lo impiden. No hay que romperlas tan rápido.  Observo mis zapatos con creciente aprehensión. No vine preparada para una caminata. Ni siquiera una pequeñita. 

Decido arriesgarme de todos modos. El hambre manda. De camino me pasan cuatro hombres, y una mujer en los flats más cómodos que he visto en mi vida. Al menos se ven muy cómodos. Especialmente si los comparamos con mis zapatos. Me toma quince minutos más que a ella caminar las mismas dos cuadras. Cuando llego al restaurante la encuentro delante de mí en la fila. Trato de espantar la rabia y decido que ya ha llegado la hora de comprar un par de zapatos sin tacón.

El universo conspira contra mí. Hasta en el mall encuentro más mujeres en tacones que sin ellos. Un grupo de amigas se toma un café en la esquina. Y sí, adivinaron, todas tienen zapatos altos. Y uuy, esos están divinos. Me pregunto dónde los habrá comprado. Subo al food court y en la fila para el cine no encuentro ni un solo flat. Trato de recordar la última vez que salí de casa sin tacones (y no, ir al gimnasio en zapatillas no cuenta).  No lo logro, pero los zapatos ya están comenzando a causarme ampollas. Respiro profundo y me decido. A comprar. 

Toma muchísimo más de lo normal. Nada se ve bien con estos zapatitos. Mis piernas lucen gordas, y ni hablar de lo enorme de mis muslos. Es un caso perdido, pero persevero. El que persevera alcanza, o al menos eso dicen.

Al salir me siento bastante orgullosa de mi compra, hasta que llego a la casa y descubro que, a pesar de la comodidad, los zapatitos nunca se verán tan bien como los tacones. Me resigno a ponerme de nuevo los altos al día siguiente. Quizás guarde los flats en mi cartera, por si tengo que caminar de nuevo. Yo lo entiendo, todo menos perder el glamour. Pero, ay, como me encantaría que usar zapatos bajos no fuera una falta completa de glamour. Sería mucho más cómodo.    

*Esta columna fue previamente publicada en la Revista MIA, de la Estrella de Panamá.

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